El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (2024)

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Capítulo XXIII

De lo que le aconteció al famoso don Quijote enSierra Morena, que fue de las más raras aventurasque en esta verdadera historia se cuentan

Viéndosetan malparado don Quijote, dijo a su escudero:

-Siempre,Sancho, lo he oído decir: que el hacer bien a villanoses echar agua en la mar. Si yo hubiera creído lo queme dijiste, yo hubiera excusado esta pesadumbre; pero yaestá hecho; paciencia, y escarmentar para desde aquíadelante.

-Así escarmentará vuestra merced-respondió Sancho- como yo soy turco; pero, pues diceque si me hubiera creído se hubiera excusado estedaño, créame ahora y excusará otro mayor;porque le hago saber que con la Santa Hermandad no hay usarde caballerías; que no se le da a ella por cuantoscaballeros andantes hay dos maravedís; y sepa queya me parece que sus saetas me zumban por los oídos.

-Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote-; peroporque no digas que soy contumaz y que jamás hagolo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejoy apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser conuna condición: que jamás, en vida ni en muerte,has de decir a nadie que yo me retiré y apartédeste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos;que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desdeahora para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento,y digo que mientes y mentirás todas las veces quelo pensares o lo dijeres. Y no me repliques mas; que en sólopensar que me aparto y retiro de algún peligro, especialmentedéste, que parece que lleva algún es, no es,de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardaraquí solo, no solamente a la Santa Hermandad que dicesy temes, sino a los hermanos de los doce tribus de Israel,y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux,y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo.

-Señor -respondió Sancho-, que el retirarno es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepujaa la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana,y no aventurarse todo en un día. Y sepa que, aunquezafio y villano, todavía se me alcanza algo destoque llaman buen gobierno: así que no se arrepientade haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede,o si no, yo le ayudaré, y sígame; que el caletreme dice que hemos menester ahora más los pies quelas manos.

Subió don Quijote sin replicarle máspalabra, y guiando Sancho sobre su asno, se entraron poruna parte de Sierra Morena, que allí junto estaba,llevando Sancho intención de atravesarla toda, e ira salir al Viso, o a Almodóvar del Campo, y escondersealgunos días por aquellas asperezas, por no ser halladossi la Hermandad los buscase. Animóle a esto habervisto que de la refriega de los galeotes se habíaescapado libre la despensa que sobre su asno venía,cosa que la juzgó a milagro, según fue lo quellevaron y buscaron los galeotes.

Aquella noche llegarona la mitad de las entrañas de Sierra Morena, adondele pareció a Sancho pasar aquella noche, y aun otrosalgunos días, a lo menos, todos aquellos que duraseel matalotaje que llevaba, y así, hicieron noche entredos peñas y entre muchos alcornoques. Pero la suertefatal, que, según opinión de los que no tienenlumbre de la verdadera fe, todo lo guía, guisa y componea su modo, ordenó que Ginés de Pasamonte, elfamoso embustero y ladrón que de la cadena, por virtudy locura de don Quijote, se había escapado, llevadodel miedo de la Santa Hermandad, de quien con justa razóntemía, acordó de esconderse en aquellas montañas,y llevóle su suerte y su suerte y su miedo a la mismaparte donde había llevado a don Quijote, se habíaescapado, llevado del miedo de la Santa Hermandad, de quiencon justa razón temía, acordó de esconderseen aquellas montañas, y llevóle sus suertey su miedo a la misma parte donde había llevado adon Quijote y a Sancho Panza, a hora y tiempo que los pudoconocer, y a punto que los dejó dormir; y como siemprelos malos son desagradecidos, y la necesidad sea ocasiónde acudir a lo que no se debe, y el remedio presente venzaa lo por venir, Ginés, que ni era ni agradecido nibien intencionado, acordó de hurtar el asno a SanchoPanza, no curándose de Rocinante, por ser prenda tanmala para empeñada como para vendida. DormíaSancho Panza, hurtóle su jumento, y antes que amaneciesese halló bien lejos de poder ser hallado.

Salióel aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza,porque halló menos su rucio; el cual, viéndosesin él, comenzó a hacer el más tristey doloroso llanto del mundo, y fue de manera, que don Quijotedespertó a las voces, y oyó que en ellas decía:

-¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa,brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos,alivio de mis cargas, y, finalmente, sustentador de la mitadde mi persona, porque con veintiséis maravedísque ganabas cada día mediaba yo mi despensa!

DonQuijote, que vio el llanto y supo la causa, consolóa Sancho con las mejores razones que pudo, y le rogóque tuviese paciencia, prometiéndole de darle unacédula de cambio para que le diesen tres en su casa,de cinco que había dejado en ella.

ConsolóseSancho con esto, y limpió sus lágrimas, templósus sollozos, y agradeció a don Quijote la mercedque le hacía; al cual, como entró por aquellasmontañas, se alegró el corazón, pareciéndoleaquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba.Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientosque en semejantes soledades y asperezas habían sucedidoa caballeros andantes y iba pensando en estas cosas, tanembebecido y trasportado en ellas, que de ninguna otra seacordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado (despuésque le pareció que caminaba por parte segura) sinode satisfacer su estómago con los relieves que deldespojo clerical habían quedado; y así, ibatras su amo, cargado con todo aquello que había dellevar el rucio, sacando de un costal y embaulando en supanza; y no se le diera por hallar otra aventura, entretantoque iba de aquella manera, un ardite.

En esto, alzólos ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con lapunta del lanzón alzar no sé qué bultoque estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesaa llegar a ayudarle, si fuese menester; y cuando llegófue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón uncojín y una maleta asida a él, medio podridos,o podridos del todo, y deshechos; mas pesaban tanto, quefue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandólesu amo que viese lo que en la maleta venía. Hízolocon mucha presteza Sancho; y, aunque la maleta veníacerrada con una cadena y su candado, por lo roto y podridodella vio lo que en ella había, que eran cuatro camisasde delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos curiosasque limpias, y en un pañizuelo halló un buenmontoncillo de escudos de oro; y así como los viodijo:

-¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado unaaventura que sea de provecho!

Y buscando más, hallóun librillo de memoria, ricamente guarnecido. Éstele pidió don Quijote, y mandóle que guardaseel dinero y lo tomase para él. Besóle las manosSancho por la merced y, desvalijando a la valija de su lencería,la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto pordon Quijote, dijo:

-Paréceme, Sancho (y no es posibleque sea otra cosa) que algún caminante descaminadodebió de pasar por esta sierra y, salteándolemalandrines, le debieron de matar, y le trujeron a enterraren esta tan escondida parte.

-No puede ser eso -respondióSancho-, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquíeste dinero.

-Verdad dices -dijo don Quijote-, y así,no adivino ni doy en lo que esto pueda ser; mas espérate:veremos si en este librillo de memoria hay alguna cosa escritapor donde podamos rastrear y venir en conocimiento de loque deseamos.

Abrióle, y lo primero que hallóen él escrito, como en borrador, aunque de muy buenaletra, fue un soneto, que, leyéndole alto, porqueSancho también lo oyese, vio que decía destamanera:

O lefalta al Amor conocimiento,

O lesobra crueldad, o no es mi pena

Igual a la ocasión que me condena

Al género más duro de tormento.

Pero si Amor es dios, es argumento

Que nada ignora, y es razón muy buena

Que un dios no sea cruel. Pues ¿quién ordena

El terrible dolor que adoro y siento?

Si digo que sois vos, Fili, no acierto;

Que tanto mal en tanto bien no cabe,

Ni me viene del cielo esta ruína.

Presto habréde morir, que es lo más cierto;

Que al mal de quien la causa no se sabe

Milagro es acertar la medicina.



-Por esa trova -dijo Sancho-no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo queesta ahí se saque el ovillo de todo.

-¿Quéhilo esta aquí? -dijo don Quijote.

-Paréceme-dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo.

-No dije sino Fili -respondió don Quijote-,y éste, sin duda, es el nombre de la dama de quiense queja el autor deste soneto; y a fe que debe de ser razonablepoeta, o yo sé poco del arte.

-Luego, ¿también-dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de trovas?

-Y más de lo que tú piensas -respondiódon Quijote-, y veráslo cuando lleves una carta, escritaen verso de arriba abajo, a mi señora Dulcinea delToboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o losmás caballeros andantes de la edad pasada eran grandestrovadores y grandes músicos; que estas dos habilidades,o gracias, por mejor decir, son anexas a los enamorados andantes.Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienenmás de espíritu que de primor.

-Lea másvuestra merced -dijo Sancho-; que ya hallará algoque nos satisfa*ga.

Volvió la hoja don Quijote, ydijo:

-Esto es prosa y parece carta.

-¿Carta misiva, señor?-preguntó Sancho.

-En el principio no parece sinode amores -respondió don Quijote.

-Pues lea vuestramerced alto -dijo Sancho-; que gusto mucho destas cosas deamores.

-Que me place -dijo don Quijote.

Y leyéndolaalto, como Sancho se lo había rogado, vio que decíadesta manera:

«Tu falsa promesa y mi cierta desventura mellevan a parte donde antes volverán a tus oídoslas nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas. Desechásteme¡oh ingrata! por quien tiene más, no por quien valemás que yo; mas si la virtud fuera riqueza que seestimara, no envidiara yo dichas ajenas, ni llorara desdichaspropias. Lo que levantó tu hermosura han derribadotus obras: por ella entendí que eras ángel,y por ellas conozco que eres mujer. Quédate en paz,causadora de mi guerra, y haga el cielo que los engañosde tu esposo estén siempre encubiertos, porque túno quedes arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganzade lo que no deseo.»

Acabando de leer la carta, dijo donQuijote:

-Menos por ésta que por los versos se puedesacar más de que quien la escribió es algúndesdeñado amante.

Y hojeando casi todo el librillo,halló otros versos y cartas, que algunos pudo leery otros no; pero lo que todos contenían eran quejas,lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores: favores ydesdenes, solenizados los unos y llorados los otros. En tantoque don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta,sin dejar rincón en toda ella, ni en el cojín,que no buscase, escudriñase e inquiriese, ni costuraque no deshiciese, ni vedija de lana que no escarmenase,porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: talgolosina habían despertado en él los halladosescudos, que pasaban de ciento. Y aunque no hallómás de lo hallado, dio por bien empleados los vuelosde la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de lasestacas, las puñadas del harriero, la falta de lasalforjas, el robo del gabán, y toda la hambre, sedy cansancio que había pasado en servicio de su buenseñor, pareciéndole que estaba más querebién pagado con la merced recebida de la entregadel hallazgo.

Con gran deseo quedó el Caballero dela Triste Figura de saber quién fuese el dueñode la maleta, conjeturando por el soneto y carta, por eldinero en oro y por las tan buenas camisas, que debíade ser de algún principal enamorado, a quien desdenesy malos tratamientos de su dama debían de haber conducidoa algún desesperado término. Pero como poraquel lugar inhabitable y escabroso no parecía personaalguna de quien poder informarse, no se curó de másque de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel queRocinante quería, que era por donde él podíacaminar, siempre con imaginación que no podíafaltar por aquellas malezas alguna extraña aventura.

Yendo, pues, con este pensamiento, vio que por cima de unamontañuela que delante de los ojos se le ofrecíaiba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata,con extraña ligereza. Figurósele que iba desnudo,la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados,los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna; los musloscubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado;mas tan hechos pedazos, que por muchas partes se le descubríanlas carnes. Traía la cabeza descubierta; y aunquepasó con la ligereza que se ha dicho, todas estasmenudencias miró y notó el Caballero de laTriste Figura; y aunque lo procuró, no pudo seguille,porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar poraquellas asperezas, y más siendo él de suyopasicorto y flemático. Luego imaginó don Quijoteque aquél era el dueño del cojín y dela maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supieseandar un año por aquellas montañas, hasta hallarle;y así, mandó a Sancho que se apease del asnoy atajase por la una parte de la montaña; que éliría por la otra, y podría ser que topasen,con esta diligencia, con aquel hombre que con tanta priesase les había quitado de delante.

-No podréhacer eso -respondió Sancho-; porque en apartándomede vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asaltacon mil géneros de sobresaltos y visiones. Y sírvaleesto que digo de aviso, para que de aquí adelanteno me aparte un dedo de su presencia.

-Así será-dijo el de la Triste Figura-, y yo estoy muy contento deque te quieras valer de mi ánimo, el cual no te hade faltar, aunque te falte el ánima del cuerpo. Yvente ahora tras mí poco a poco, o como pudieres,y haz de los ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela:quizá toparemos con aquel hombre que vimos, el cual,sin duda alguna, no es otro que el dueño de nuestrohallazgo.

A lo que Sancho respondió:

-Harto mejorsería no buscalle; porque si le hallamos y acaso fueseel dueño del dinero, claro está que lo tengode restituir; y así, fuera mejor, sin hacer esta inútildiligencia, poseerlo yo con buena fe, hasta que por otravía menos curiosa y diligente pareciera su verdaderoseñor; y quizá fuera a tiempo que lo hubieragastado, y entonces el Rey me hacía franco.

-Engáñasteen eso, Sancho -respondió don Quijote-; que ya quehemos caído en sospecha de quién es el dueño,cuasi delante, estamos obligados a buscarle y volvérselos;y cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha quetenemos de que él lo sea nos pone ya en tanta culpacomo si lo fuese. Así que, Sancho amigo, no te dépena el buscalle, por la que a mí se me quitarási le hallo.

Y así, picó a Rocinante, y siguióleSancho a pie y cargado, merced a Ginesillo de Pasamonte;y, habiendo rodeado parte de la montaña, hallaronen un arroyo caída, muerta, y medio comida de perrosy picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada; todolo cual confirmó en ellos más la sospecha deque aquel que huía era el dueño de la mulay del cojín.

Estándola mirando, oyeron unsilbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, asu siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras,y tras ellas, por cima de la montaña, parecióel cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diolevoces don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban.Él respondió a gritos que quién leshabía traído por aquel lugar, pocas o ningunasveces pisado sino de pies de cabras o de lobos y otras fierasque por allí andaban. Respondióle Sancho quebajase; que de todo le darían buena cuenta. Bajóel cabrero, y en llegando adonde don Quijote estaba, dijo:

-Apostaré que está mirando la mula de alquilerque está muerta en esa hondonada. Pues a buena feque ha ya seis meses que está en ese lugar. Díganme:¿han topado por ahí a su dueño?

-No hemostopado a nadie -respondió don Quijote-, sino a uncojín y a una maletilla que no lejos deste lugar hallamos.

-También la hallé yo -respondió elcabrero-; mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temerosode algún desmán y de que no me la pidiesenpor de hurto; que es el diablo sotil; y debajo de los piesse levanta allombre cosa donde tropieze y caya, sin sabercómo ni cómo no.

-Eso mesmo es lo que yo digo-respondió Sancho-; que también la halléyo, y no quise llegar a ella con un tiro de piedra: allíla dejé, y allí se queda como se estaba; queno quiero perro con cencerro.

-Decidme, buen hombre -dijodon Quijote-, ¿sabéis vos quién sea el dueñodestas prendas?

-Lo que sabré yo decir -dijo el cabrero-es que habrá al pie de seis meses, poco mása menos, que llegó a una majada de pastores que estarácomo tres leguas deste lugar un mancebo de gentil talle yapostura, caballero sobre esa mesma mula que ahí estámuerta, y con el mesmo cojín y maleta que decísque hallastes y no tocastes. Preguntónos que cualparte desta sierra era la más áspera y escondida;dijímosle que era esta donde ahora estamos, y es ansíla verdad; porque si entráis media legua másadentro, quizá no acertaréis a salir; y estoymaravillado de cómo habéis podido llegar aquí,porque no hay camino ni senda que a este lugar encamine.Digo, pues, que en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volviólas riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos,dejándonos a todos contentos de su buen talle, y admiradosde su demanda y de la priesa con que le víamos caminary volverse hacia la sierra; y desde entonces nunca másle vimos, hasta que desde allí a algunos díassalió al camino a uno de nuestros pastores y, sindecille nada, se llegó a él y le dio muchaspuñadas y coces, y luego se fue a la borrica del ato,y le quitó cuanto pan y queso en ella traía;y con extraña ligereza, hecho esto, se volvióa emboscar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros,le anduvimos a buscar casi dos días por lo máscerrado desta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metidoen el hueco de un grueso y valiente alcornoque. Salióa nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido, y elrostro disfigurado y tostado del sol, de tal suerte, queapenas le conocíamos; sino que los vestidos, aunquerotos, con la noticia que dellos teníamos, nos dierona entender que era el que buscábamos. Saludónoscortésmente y en pocas y muy buenas razones nos dijoque no nos maravillásemos de verle andar de aquellasuerte, porque así le convenía para cumplircierta penitencia que por sus muchos pecados le habíasido impuesta. Rogámosle que nos dijese quiénera; mas nunca lo pudimos acabar con él. Pedímosletambién que cuando hubiese menester el sustento, sinel cual no podía pasar, nos dijese dónde lehallaríamos, porque con mucho amor y cuidado se lollevaríamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto,que, a lo menos, saliese a pedirlo, y no a quitarlo, a lospastores. Agradeció nuestro ofrecimiento, pidióperdón de los asaltos pasados, y ofreció depedillo de allí adelante por amor de Dios, sin darmolestia alguna a nadie. En cuanto a lo que tocaba a la estanciade su habitación, dijo que no tenía otra queaquella que le ofrecía la ocasión donde letomaba la noche; y acabó su plática con untan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra losque escuchado le habíamos si en él no le acompañáramos,considerándole como le habíamos visto la vezprimera, y cual le veíamos entonces. Porque, comotengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y ensus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacidoy muy cortesana persona; que, puesto que éramos rústicoslos que le escuchábamos, su gentileza era tanta, quebastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad. Y estandoen lo mejor de su plática, paró y enmudecióse;clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, enel cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando enqué había de parar aquel embelesamiento, conno poca lastima de verlo; porque por lo que hacíade abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin moverpestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretandolos labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimosque algún accidente de locura le había sobrevenido.Mas él nos dio a entender presto ser verdad lo quepensábamos; porque se levantó con gran furiadel suelo, donde se había echado, y arremetiócon el primero que halló junto a sí, con taldenuedo y rabia, que si no se le quitáramos, le mataraa puñadas y a bocados; y todo esto hacía diciendo:«¡Ah fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarásla sinrazón que me hiciste: estas manos te sacaránel corazón donde albergan y tienen manida todas lasmaldades juntas, principalmente la fraude y el engaño!»Y a éstas añadía otras razones, quetodas se encaminaban a decir mal de aquel Fernando, y a tacharlede traidor y fementido. Quitámossele, pues, con nopoca pesadumbre, y él, sin decir más palabra,se apartó de nosotros y se emboscó corriendopor entre estos jarales y malezas, de modo, que nos imposibilitóel seguille. Por esto conjeturamos que la locura le veníaa tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debíade haber hecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostrabael término a que le había conducido. Todo locual se ha confirmado después acá con las veces,(que han sido muchas) que él ha salido al camino,unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan paracomer, y otras a quitárselo por fuerza; porque cuandoestá con el accidente de la locura, aunque los pastoresse lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo tomaa puñadas; y cuando está en su seso lo pidepor amor de Dios, cortés y comedidamente, y rindepor ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas.Y en verdad os digo, señores -prosiguió elcabrero-, que ayer determinamos yo y cuatro zagales, losdos criados y los dos amigos míos, de buscarle hastatanto que le hallemos, y después de hallado, ya porfuerza, ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar,que esta de aquí ocho leguas, y allí le curaremos,si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es cuandoesté en su seso, y si tiene parientes a quien darnoticia de su desgracia. Esto es, señores, lo quesabré deciros de lo que me habéis preguntado;y entended que el dueño de las prendas que hallasteses el mesmo que vistes pasar con tanta ligereza como desnude;-que ya le había dicho don Quijote cómo habíavisto pasar aquel hombre saltando por la sierra.

El cualquedó admirado de lo que al cabrero había oído,y quedó con más deseo de saber quiénera el desdichado loco, y propuso en sí lo mesmo queya tenía pensado: de buscalle por toda la montaña,sin dejar rincón ni cueva en ella que no mirase, hastahallarle. Pero hízolo mejor la suerte de lo que élpensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareciópor entre una quebrada de una sierra, que salía dondeellos estaban, el mancebo que buscaba, el cual veníahablando entre sí cosas que no podían ser entendidasde cerca, cuanto más de lejos. Su traje era cual seha pintado, sólo que, llegando cerca, vio don Quijoteque un coleto hecho pedazos que sobre sí traíaera de ámbar; por donde acabó de entender quepersona que tales hábitos traía no debíade ser de ínfima calidad.

En llegando el manceboa ellos, les saludó con una voz desentonada y bronca,pero con mucha cortesía. Don Quijote le volviólas saludes con no menos comedimiento y, apeándosede Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar,y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos,como si de luengos tiempos le hubiera conocido. El otro,a quien podemos llamar el Roto de la Mala Figura (como adon Quijote el de la Triste), después de haberse dejadoabrazar, le apartó un poco de sí y, puestassus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando,como que quería ver si le conocía; no menosadmirado quizá de ver la figura, talle y armas dedon Quijote que don Quijote lo estaba de verle a él.En resolución, el primero que habló despuésdel abrazamiento fue el Roto, y dijo lo que se diráadelante.

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Capítulo XXIV

Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena

Dicela historia que era grandísima la atencióncon que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de laSierra, el cual, prosiguiendo su plática, dijo:

-Porcierto, señor, quienquiera que seáis, que yono os conozco, yo os agradezco las muestras y la cortesíaque conmigo habéis usado, y quisiera yo hallarme entérminos, que con más que la voluntad pudieraservir la que habéis mostrado tenerme, en el buenacogimiento que me habéis hecho; mas no quiere misuerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obrasque me hacen que buenos deseos de satisfacerlas.

-Los queyo tengo -respondió don Quijote- son de serviros;tanto, que tenía determinado de no salir destas sierrashasta hallaros y saber de vos si al dolor que en la extrañezade vuestra vida mostráis tener se podía hallaralgún género de remedio; y si fuera menesterbuscarle, buscarle con la diligencia posible. Y cuando vuestradesventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertasa todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarlay plañirla como mejor pudiera; que todavíaes consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas.Y si es que mi buen intento merece ser agradecido con algúngénero de cortesía, yo os suplico, señor,por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamenteos conjuro por la cosa que en esta vida más habéisamado o amáis, que me digáis quién soisy la causa que os ha traído a vivir y a morir entreestas soledades como bruto animal, pues moráis entreellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro trajey persona. Y juro -añadió don Quijote- porla orden de caballería que recibí, aunque indignoy pecador, y por la profesión de caballero andante,que si en esto, señor, me complacéis, de serviroscon las veras a que me obliga el ser quien soy, ora remediandovuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoosa llorarla, como os lo he prometido.

El Caballero del Bosque,que de tal manera oyó hablar al de la Triste Figura,no hacía sino mirarle, y remirarle, y tornarle a mirarde arriba abajo; y después que le hubo bien mirado,le dijo:

-Si tienen algo que darme a comer, por amor deDios que me lo den; que después de haber comido yoharé todo lo que se me manda, en agradecimiento detan buenos deseos como aquí se me han mostrado.

Luegosacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón,con que satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieroncomo persona atontada, tan apriesa, que no daba espacio deun bocado al otro, pues antes los engullía que tragaba;y en tanto que comía, ni él ni los que le mirabanhablaban palabra. Como acabó de comer les hizo deseñas que le siguiesen, como lo hicieron, y éllos llevó a un verde pradecillo que a la vuelta deuna peña poco desviada de allí estaba. En llegandoa él, se tendió en el suelo, encima de la yerba,y los demás hicieron lo mismo, y todo esto sin queninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberseacomodado en su asiento, dijo:

-Si gustáis, señores,que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras,habéisme de prometer de que con ninguna pregunta,ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi tristehistoria; porque en el punto que lo hagáis, en ésese quedará lo que fuere contando.

Estas razones delRoto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que lehabía contado su escudero, cuando no acertóel número de las cabras que habían pasado elrío, y se quedó la historia pendiente. Perovolviendo al Roto, prosiguió diciendo:

-Esta prevenciónque hago es porque querría pasar brevemente por elcuento de mis desgracias; que el traerlas a la memoria nome sirve de otra cosa que añadir otras de nuevo, ymientras menos me preguntáredes, más prestoacabaré yo de decillas, puesto que no dejarépor contar cosa alguna que sea de importancia para no satisfacerdel todo a vuestro deseo.

Don Quijote se lo prometióen nombre de los demás, y él, con este seguro,comenzó desta manera:

-Mi nombre es Cardenio; mipatria, una ciudad de las mejores desta Andalucía;mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta,que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje,sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichasdel cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivíaen esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda lagloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura deLuscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero demás ventura, y de menos firmeza de la que a mis honradospensamientos se debía. A esta Luscinda amé,quise y adoré desde mis tiernos y primeros años,y ella me quiso a mí, con aquella sencillez y buenánimo que su poca edad permitía. Sabíannuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello,porque bien veían que, cuando pasaran adelante, nopodían tener otro fin que el de casarnos, cosa quecasi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas.Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, queal padre de Luscinda le pareció que por buenos respetosestaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitandoen esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de lospoetas. Y fue esta negación añadir llama allama y deseo a deseo; porque, aunque pusieron silencio alas lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cualescon más libertad que las lenguas suelen dar a entendera quien quieren lo que en el alma esta encerrado; que muchasveces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intenciónmás determinada y la lengua más atrevida. ¡Ay,cielos, y cuántos billetes le escribí! ¡Cuánregaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas cancionescompuse y cuántos enamorados versos, donde el almadeclaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidosdeseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad!En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumíacon el deseo de verla, determiné poner por obra yacabar en un punto lo que me pareció que másconvenía para salir con mi deseado y merecido premio,y fue el pedírsela a su padre por legítimaesposa, como lo hice; a lo que él me respondióque me agradecía la voluntad que mostraba de honralle,y de querer honrarme con prendas suyas; pero que siendo mipadre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquellademanda; porque si no fuese con mucha voluntad y gusto suyo,no era Luscinda mujer para tomarse ni darse a hurto. Yo leagradecí su buen intento, pareciéndome quellevaba razón en lo que decía, y que mi padrevendría en ello como yo se lo dijese; y con este intento,luego en aquel mismo instante fui a decirle a mi padre loque deseaba, y al tiempo que entré en un aposentodonde estaba, le hallé con una carta abierta en lamano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me la dio,y me dijo: «Por esa carta verás, Cardenio, la voluntadque el duque Ricardo tiene de hacerte merced.» Este duqueRicardo, como ya vosotros, señores, debéisde saber, es un grande de España que tiene su estadoen lo mejor desta Andalucía. Tomé y leíla carta, la cual venía tan encarecida, que a mímesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplirlo que en ella se le pedía, que era que me enviaseluego donde él estaba; que quería que fuesecompañero, no criado, de su hijo el mayor, y que éltomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese ala estimación en que me tenía. Leí lacarta y enmudecí leyéndola, y más cuandooí que mi padre me decía: «De aquí ados días te partirás, Cardenio, a hacer lavoluntad del Duque, y da gracias a Dios, que te va abriendocamino por donde alcances lo que yo sé que mereces» Añadió a éstas otras razones de padreconsejero. Llegóse el término de mi partida,hablé una noche a Luscinda, díjele todo loque pasaba, y lo mesmo hice a su padre, suplicándolese entretuviese algunos días y dilatase el darle estadohasta que yo viese lo que Ricardo me quería; élme lo prometió, y ella me lo confirmó con miljuramentos y mil desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardoestaba. Fui dél tan bien recebido y tratado, que desdeluego comenzó la envidia a hacer su oficio, teniéndomelalos criados antiguos, pareciéndoles que las muestrasque el Duque daba de hacerme merced habían de seren perjuicio suyo. Pero el que más se holgócon mi ida fue un hijo segundo del Duque, llamado Fernando,mozo gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado, el cual,en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba quedecir a todos; y aunque el mayor me quería bien yme hacía merced, no llegó al extremo con quedon Fernando me quería y trataba. Es, pues, el casoque, como entre los amigos no hay cosa secreta que no secomunique, y la privanza que yo tenía con don Fernandodejada de serlo, por ser amistad, todos sus pensamientosme declaraba, especialmente uno enamorado, que le traíacon un poco de desasosiego. Quería bien a una labradora,vasalla de su padre, y ella los tenía muy ricos, yera tan hermosa, recatada, discreta y honesta, que nadieque la conocía se determinaba en cuál destascosas tuviese más excelencia, ni más se aventajase.Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujerona tal término los deseos de don Fernando, que se determinó,para poder alcanzarlo y conquistar la entereza de la labradora,darle palabra de ser su esposo; porque de otra manera eraprocurar lo imposible. Yo, obligado de su amistad, con lasmejores razones que supe, y con los más vivos ejemplosque pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito;pero viendo que no aprovechaba, determiné de decirleel caso al duque Ricardo, su padre; mas don Fernando, comoastuto y discreto, se receló y temió desto,por parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen criado,a no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honrade mi señor el Duque venía; y así, pordivertirme y engañarme, me dijo que no hallaba otromejor remedio para poder apartar de la memoria la hermosuraque tan sujeto le tenía, que el ausentarse por algunosmeses, y que quería que el ausencia fuese que losdos nos viniésemos en casa de mi padre, con ocasiónque darían al Duque que venía a ver y a feriarunos muy buenos caballos que en mi ciudad había, quees madre de los mejores del mundo. Apenas le oí yodecir esto, cuando, movido de mi afición, aunque sudeterminación no fuera tan buena, la aprobara yo poruna de las más acertadas que se podían imaginar,por ver cuán buena ocasión y coyuntura se meofrecía de volver a ver a mi Luscinda. Con este pensamientoy deseo, aprobé su parecer y esforcé su propósito,diciéndole que lo pusiese por obra con la brevedadposible, porque, en efeto, la ausencia hacía su oficio,a pesar de los más firmes pensamientos. Ya, cuandoél me vino a decir esto, según despuésse supo, había gozado a la labradora con títulode esposo, y esperaba ocasión de descubrirse a susalvo, temeroso de lo que el Duque su padre haríacuando supiese su disparate. Sucedió, pues, que, comoel amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sinoapetito, el cual, como tiene por último fin el deleite,en llegando a alcanzarle se acaba (y ha de volver atrásaquello que parecía amor, porque no puede pasar adelantedel término que le puso naturaleza, el cual términono le puso a lo que es verdadero amor), quiero decir queasí como don Fernando gozó a la labradora,se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos;y si primero fingía quererse ausentar, por remediarlos,ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecución.Diole el Duque licencia, y mandóme que le acompañase.Venimos a mi ciudad, recibióle mi padre como quienera, vi yo luego a Luscinda, tornaron a vivir, (aunque nohabían estado muertos, ni amortiguados) mis deseos,de los cuales di cuenta, por mi mal, a don Fernando, porparecerme que, en la ley de la mucha amistad que mostraba,no le debía encubrir nada. Alabéle la hermosura,donaire y discreción de Luscinda, de tal manera, quemis alabanzas movieron en él los deseos de quererver doncella de tantas buenas partes adornada. Cumplíselosyo, por mi corta suerte, enseñándosela unanoche, a la luz de una vela, por una ventana por donde losdos solíamos hablarnos. Viola en sayo, tal, que todaslas bellezas hasta entonces por él vistas las pusoen olvido. Enmudeció, perdió el sentido, quedóabsorto y, finalmente, tan enamorado, cual lo veréisen el discurso del cuento de mi desventura. Y para encenderlemás el deseo (que a mí me celaba, y al cielo,a solas, descubría), quiso la fortuna que hallaseun día un billete suyo pidiéndome que la pidiesea su padre por esposa, tan discreto, tan honesto y tan enamorado,que en leyéndolo, me dijo que en sola Luscinda seencerraban todas las gracias de hermosura y de entendimientoque en las demás mujeres del mundo estaban repartidas.Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto queyo veía con cuán justas causas don Fernandoa Luscinda alababa, me pesaba de oír aquellas alabanzasde su boca, y comencé a temer, y a recelarme dél,porque no se pasaba momento donde no quisiese que tratásemosde Luscinda, y él movía la plática,aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba enmí un no sé qué de celos, no porqueyo temiese revés alguno de la bondad y de la fe deLuscinda; pero, con todo eso, me hacía temer mi suertelo mesmo que ella me aseguraba. Procuraba siempre don Fernandoleer los papeles que yo a Luscinda enviaba, y los que ellame respondía, a título que de la discreciónde los dos gustaba mucho. Acaeció, pues, que habiéndomepedido Luscinda un libro de caballerías en que leer,de quien era ella muy aficionada, que era el de Amadísde Gaula...

No hubo bien oído don Quijote nombrarlibro de caballerías, cuando dijo:

-Con que me dijeravuestra merced al principio de su historia que su mercedde la señora Luscinda era aficionada a libros de caballerías,no fuera menester otra exageración para darme a entenderla alteza de su entendimiento; porque no le tuviera tan buenocomo vos, señor, le habéis pintado, si carecieradel gusto de tan sabrosa leyenda: así que para conmigono es menester gastar más palabras en declararme suhermosura, valor y entendimiento; que, con sólo haberentendido su afición, la confirmo por la máshermosa y más discreta mujer del mundo. Y quisierayo, señor, que vuestra merced le hubiera enviado juntocon Amadís de Gaula al bueno de Don Rugel de Grecia;que yo sé que gustara la señora Luscinda muchode Daraida y Garaya, y de las discreciones del pastor Darinel,y de aquellos admirables versos de sus bucólicas,cantadas y representadas por él con todo donaire,discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrávenir en que se enmiende esa falta, y no dura másen hacerse la enmienda de cuanto quiera vuestra merced serservido de venirse conmigo a mi aldea; que allí lepodré dar más de trecientos libros, que sonel regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida; aunquetengo para mí que ya no tengo ninguno, merced a lamalicia de malos y envidiosos encantadores. Y perdónemevuestra merced el haber contravenido a lo que prometimosde no interromper su plática, pues en oyendo cosasde caballerías y de caballeros andantes, asíes en mi mano dejar de hablar en ellos como lo es en la delos rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en losde la luna. Así que, perdón, y proseguir, quees lo que ahora hace más al caso.

En tanto que donQuijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le habíacaído a Cardenio la cabeza sobre el pecho, dando muestrasde estar profundamente pensativo. Y, puesto que dos vecesle dijo don Quijote que prosiguiese su historia, ni alzabala cabeza, ni respondía palabra; pero al cabo de unbuen espacio la levantó, y dijo:

-No se me puedequitar del pensamiento, ni habrá quien me lo quiteen el mundo, ni quien me dé a entender otra cosa,y sería un majadero el que lo contrario entendieseo creyese, sino que aquel bellaconazo del maestro Elisabatestaba amancebado con la reina Madásima.

-Eso no¡voto a tal! -respondió con mucha cólera donQuijote (y arrojóle, como tenía de costumbre)-;y ésa es una muy gran malicia, o bellaquería,por mejor decir: la reina Madásima fue muy principalseñora, y no se ha de presumir que tan alta princesase había de amancebar con un sacapotras; y quien locontrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yose lo daré a entender, a pie o a caballo, armado odesarmado, de noche o de día, o como más gustole diere.

Estábale mirando Cardenio muy atentamente,al cual ya había venido el accidente de su locuray no estaba para proseguir su historia; ni tampoco don Quijotese la oyera, según le había disgustado lo quede Madásima le había oído. ¡Extrañocaso; que así volvió por ella como si verdaderamentefuera su verdadera y natural señora: tal le teníansus descomulgados libros! Digo, pues, que, como ya Cardenioestaba loco, y se oyó tratar de mentís y debellaco, con otros denuestos semejantes, pareciólemal la burla, y alzó un guijarro que hallójunto a sí, y dio con él en los pechos talgolpe a don Quijote, que le hizo caer de espaldas. SanchoPanza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetióal loco con el puño cerrado, y el Roto le recibióde tal suerte, que con una puñada dio con éla sus pies, y luego se subió sobre él y lebrumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, quele quiso defender, corrió el mesmo peligro. Y despuésque los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó,y se fue con gentil sosiego a emboscarse en la montaña.Levantóse Sancho, y, con la rabia que teníade verse aporreado tan sin merecerlo, acudió a tomarla venganza del cabrero, diciéndole que éltenía la culpa de no haberles avisado que a aquelhombre le tomaba a tiempos la locura; que si esto supieran,hubieran estado sobre aviso para poderse guardar. Respondióel cabrero que ya lo había dicho, y que si élno lo había oído, que no era suya la culpa.Replicó Sancho Panza, y tornó a replicar elcabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de lasbarbas y darse tales puñadas, que si don Quijote nolos pusiera en paz, se hicieran pedazos. Decía Sancho,asido con el cabrero:

-Déjeme vuestra merced, señorCaballero de la Triste Figura; que en éste, que esvillano como yo y no está armado caballero, bien puedoa mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleandocon él mano a mano, como hombre honrado.

-Asíes -dijo don Quijote-; pero yo sé que él notiene ninguna culpa de lo sucedido.

Con esto los apaciguó,y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si seríaposible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandísimodeseo de saber el fin de su historia. Díjole el cabrerolo que primero le había dicho, que era no saber decierto su manida; pero que si anduviese mucho por aquelloscontornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco.

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Capítulo XXV

Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morenasucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitaciónque hizo de la penitencia de Beltenebros

Despidiósedel cabrero don Quijote y, subiendo otra vez sobre Rocinante,mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, consu jumento, de muy mala gana. Íbanse poco a poco entrandoen lo más áspero de la montaña, y Sanchoiba muerto por razonar con su amo, y deseaba que élcomenzase la plática, por no contravenir a lo quele tenía mandado; mas no pudiendo sufrir tanto silencio,le dijo:

-Señor don Quijote, vuestra merced me echesu bendición y me dé licencia; que desde aquíme quiero volver a mi casa, y a mi mujer y a mis hijos, conlos cuales, por lo menos, hablaré y departirétodo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vayacon él por estas soledades de día y de noche,y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme envida. Si ya quisiera la suerte que los animales hablaran,como hablaban en tiempos de Guisopete, fuera menos mal, porquedepartiera yo con mi jumento lo que me viniera en gana, ycon esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y queno se puede llevar en paciencia, andar buscando aventurastoda la vida, y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazosy puñadas, y, con todo esto, nos hemos de coser laboca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazón,como si fuera mudo.

-Ya te entiendo, Sancho -respondiódon Quijote-: tú mueres porque te alce el entredichoque te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di loque quisieres, con condición, que no ha de durar estealzamiento más de en cuanto anduviéremos porestas sierras.

-Sea ansí -dijo Sancho-; hable yoahora, que después Dios sabe lo que será; ycomenzando a gozar de ese salvoconducto, digo que ¿quéle iba a vuestra merced en volver tanto por aquella reinaMagimasa, o como se llama? O ¿qué hacía alcaso que aquel Abad fuese su amigo o no? Que si vuestra mercedpasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que elloco pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorradoel golpe del guijarro, y las coces, y aun más de seistorniscones.

-A fe, Sancho -respondió don Quijote-,que si tú supieras, como yo lo sé, cuánhonrada y cuán principal señora era la reinaMadásima, yo sé que dijeras que tuve muchapaciencia, pues no quebré la boca por donde talesblasfemias salieron. Porque es muy gran blasfemia decir nipensar que una reina esté amancebada con un cirujano.La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat que elloco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos,y sirvió de ayo y de médico a la Reina; peropensar que ella era su amiga es disparate, digno de muy grancastigo. Y porque veas que Cardenio no supo lo que dijo,has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio.

-Eso digo yo -dijo Sancho-: que no había para quéhacer cuenta de las palabras de un loco; porque si la buenasuerte no ayudara a vuestra merced, y encaminara el guijarroa la cabeza como le encaminó al pecho, buenos quedáramospor haber vuelto por aquella mi señora que Dios cohonda.Pues ¡montas que no se librara Cardenio por loco!

-Contracuerdos y contra locos está obligado cualquier caballeroandante a volver por la honra de las mujeres, cualesquieraque sean, cuanto más por las reinas de tan alta guisay pro como fue la reina Madásima, a quien yo tengoparticular afición por sus buenas partes; porque fuerade haber sido fermosa, además fue muy prudente y muysufrida en sus calamidades, que las tuvo, muchas; y los consejosy compañía del maestro Elisabat le fue y lefueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajoscon prudencia y paciencia. Y de aquí tomó ocasiónel vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar queella era su manceba; y mienten, digo otra vez, y mentiránotras doscientas, todos los que tal pensaren y dijeren.

-Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-; alláse lo hayan; con su pan se lo coman; si fueron amancebados,o no, a Dios habrán dado la cuenta; de mis viñasvengo: no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas;que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuantomás, que desnudo nací, desnudo me hallo: nipierdo ni gano; más que lo fuesen, ¿qué meva a mí? Y muchos piensan que hay tocinos y no hayestacas. Mas, ¿quién puede poner puertas al campo?Cuanto más, que de Dios dijeron.

-¡VálameDios -dijo don Quijote-, y qué de necedades vas, Sancho,ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranesque enhilas? Por tu vida, Sancho, que calles, y de aquíadelante entremétete en espolear a tu asno, y dejade hacello en lo que no te importa. Y entiende con todostus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere,va muy puesto en razón y muy conforme a las reglasde caballería, que las sé mejor que cuantoscaballeros las profesaron en el mundo.

-Señor -respondióSancho-, y ¿es buena regla de caballería que andemosperdidos por estas montañas, sin senda ni camino,buscando a un loco, al cual, después de hallado, quizále vendrá en voluntad de acabar lo que dejócomenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestramerced y de mis costillas, acabándonoslas de romperde todo punto?

-Calla, te digo otra vez, Sancho -dijo donQuijote-; porque te hago saber que no sólo me traepor estas partes el deseo de hallar al loco, cuanto el quetengo de hacer en ellas una hazaña, con que he deganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de latierra; y será tal, que he de echar con ella el selloa todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andantecaballero.

-Y ¿es de muy gran peligro esa hazaña?-preguntó Sancho Panza.

-No -respondió elde la Triste Figura-; puesto que de tal manera podíacorrer el dado, que echásemos azar en lugar de encuentro;pero todo ha de estar en tu diligencia.

-¿En mi diligencia?-dijo Sancho.

-Sí -dijo don Quijote-; porque si vuelvespresto de adonde pienso enviarte, presto se acabarámi pena, y presto comenzará mi gloria. Y porque noes bien que te tenga más suspenso, esperando en loque han de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas queel famoso Amadís de Gaula fue uno de los másperfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno:fue el solo, el primero, el único, el señorde todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Mal añoy mal mes para don Belianís y para todos aquellosque dijeren que se le igualó en algo, porque se engañan,juro cierto. Digo asimismo que cuando algún pintorquiere salir famoso en su arte procura imitar los originalesde los más únicos pintores que sabe; y estamesma regla corre por todos los más oficios o ejerciciosde cuenta que sirven para adorno de las repúblicas,y así lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzarnombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuyapersona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudenciay de sufrimiento; como también nos mostró Virgilio,en persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la sagacidadde un valiente y entendido capitán, no pintándolosni describiéndolos como ellos fueron, sino como habíande ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de susvirtudes. Desta mesma suerte, Amadís fue el norte,el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros,a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de labandera de amor y de la caballería militamos. Siendo,pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo,que el caballero andante que más le imitare estarámás cerca de alcanzar la perfección de la caballería.Y una de las cosas en que más este caballero mostrósu prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmezay amor, fue cuando se retiró, desdeñado dela señora Oriana, a hacer penitencia en la PeñaPobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre, porcierto, significativo y proprio para la vida que élde su voluntad había escogido. Ansí que, mees a mí más fácil imitarle en esto queno en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos,desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacerencantamentos. Y pues estos lugares son tan acomodados parasemejantes efectos, no hay para qué se deje pasarla ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrecesus guedejas.

-En efecto -dijo Sancho-, ¿qué es loque vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?

-¿Ya no te he dicho -respondió don Quijote- que quieroimitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado,del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valientedon Roldán, cuando halló en una fuente lasseñales de que Angélica la Bella habíacometido vileza con Medoro; de cuya pesadumbre se volvióloco, y arrancó los árboles, enturbiólas aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyóganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastróyeguas, y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eternonombre y escritura? Y, puesto que yo no pienso imitar a Roldán,o Orlando, o Rotolando (que todos estos tres nombres tenía),parte por parte, en todas las locuras que hizo, dijo y pensó,haré el bosquejo, como mejor pudiere, en las que mepareciere ser más esenciales. Y podrá ser queviniese a contentarme con sola la imitación de Amadís,que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos,alcanzó tanta fama como el que más.

-Parécemea mí -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal ficieronfueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedadesy penitencias; pero vuestra merced, ¿qué causa tienepara volverse loco? ¿Qué dama le ha desdeñado,o qué señales ha hallado que le den a entenderque la señora Dulcinea del Toboso ha hecho algunaniñería con moro o cristiano?

-Ahíesta el punto -respondió don Quijote-, y ésaes la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballeroandante con causa, ni grado ni gracias: el toque estádesatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama quesi en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado? Cuantomás, que harta ocasión tengo en la larga ausenciaque he hecho de la siempre señora mía Dulcineadel Toboso; que, como ya oíste decir a aquel pastorde marras, Ambrosio, quien está ausente todos losmales tiene y teme. Así que, Sancho amigo, no gastestiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tanno vista imitación. Loco soy, loco he de ser hastatanto que tú vuelvas con la respuesta de una cartaque contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; ysi fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandezy mi penitencia; y si fuere al contrario, seré locode veras, y, siéndolo, no sentiré nada. Ansíque de cualquiera manera que responda, saldré delconflito y trabajo en que me dejares, gozando el bien queme trujeres, por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares,por loco. Pero dime, Sancho, ¿traes bien guardado el yelmode Mambrino, que ya vi que le alzaste del suelo cuando aqueldesagradecido le quiso hacer pedazos? Pero no pudo; dondese puede echar de ver la fineza de su temple.

A lo cualrespondió Sancho:

-Vive Dios, señor Caballerode la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en pacienciaalgunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengoa imaginar que todo cuanto me dice de caballerías,y de alcanzar reinos e imperios, de dar ínsulas yde hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de caballerosandantes, que todo debe de ser cosa de viento y mentira,y todo pastraña, o patraña, o como lo llamáremos.Porque quien oyere decir a vuestra merced que una bacíade barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de esteerror en más de cuatro días, ¿qué hade pensar sino que quien tal dice y afirma debe de tenergüero el juicio? La bacía yo la llevo en el costal,toda abollada, y llévola para aderezarla en mi casay hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia,que algún día me vea con mi mujer y hijos.

-Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro-dijo don Quijote- que tienes el más corto entendimientoque tiene ni tuvo escudero en el mundo. ¿Que es posible queen cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todaslas cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedadesy desatinos, y que son todas hechas al revés? Y noporque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotrossiempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosasmudan y truecan, y les vuelven según su gusto, y segúntienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así,eso que a ti te parece bacía de barbero me parecea mí el yelmo de Mambrino, y a otro le pareceráotra cosa. Y fue rara providencia del sabio que es de miparte hacer que parezca bacía a todos lo que realy verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendoél de tanta estima, todo el mundo me perseguirápor quitármele; pero como ven que no es másde un bacín de barbero, no se curan de procuralle,como se mostró bien en el que quiso rompelle y ledejó en el suelo sin llevarle; que a fe que si leconociera, que nunca él le dejara. Guárdale,amigo, que por ahora no le he menester; que antes me tengode quitar todas estas armas y quedar desnudo como cuandonací, si es que me da en voluntad de seguir en mipenitencia más a Roldán que a Amadís.

Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña,que, casi como peñón tajado, estaba sola entreotras muchas que la rodeaban. Corría por su faldaun manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondezun prado tan verde y vicioso que daba contento a los ojosque le miraban. Había por allí muchos árbolessilvestres y algunas plantas y flores, que hacíanel lugar apacible. Este sitio escogió el Caballerode la Triste Figura para hacer su penitencia; y así,en viéndole, comenzó a decir en voz alta, comosi estuviera sin juicio:

-Éste es el lugar ¡oh cielos!que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotrosmesmos me habéis puesto. Éste es el sitio dondeel humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeñoarroyo, y mis continuos y profundos sospiros moverána la contina las hojas destos montaraces árboles,en testimonio y señal de la pena que mi asendereadocorazón padece. ¡Oh vosotros, quienquiera que seáis,rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéisvuestra morada, oíd las quejas deste desdichado amante,a quien una luenga ausencia y unos imaginados celos han traídoa lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la duracondición de aquella ingrata y bella, términoy fin de toda humana hermosura! ¡Oh vosotras, napeas y dríadas,que tenéis por costumbre de habitar en las espesurasde los montes, así los ligeros y lascivos sátiros,de quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamásvuestro dulce sosiego, que me ayudéis a lamentar midesventura, o, a lo menos, no os canséis de oílla!¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria demi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, asíel cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle,que consideres el lugar y el estado a que tu ausencia meha conducido, y que con buen término correspondasal que a mi fe se le debe! ¡Oh solitarios árboles,que desde hoy en adelante habéis de hacer compañíaa mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestrasramas, que no os desagrade mi presencia! ¡Oh tú, escuderomío, agradable compañero en mis prósperosy adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquíme verás hacer, para que lo cuentes y recites a lacausa total de todo ello!

Y diciendo esto, se apeóde Rocinante, y en un momento le quitó el freno yla silla; y dándole una palmada en las ancas, le dijo:

-Libertad te da el que sin ella queda, ¡oh caballo tan extremadopor tus obras cuan desdichado por tu suerte! Vete por doquisieres; que en la frente llevas escrito que no te igualóen ligereza el Hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino,que tan caro le costó a Bradamante.

Viendo esto Sancho,dijo:

-Bien haya quien nos quitó ahora del trabajode desenalbardar al rucio; que a fe que no faltaran palmadicasque dalle, ni cosas que decille en su alabanza; pero si élaquí estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara,pues no había para qué; que a él nole tocaban las generales de enamorado ni de desesperado,pues no lo estaba su amo, que era yo, cuando Dios quería.Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura,que si es que mi partida y su locura de vuestra merced vade veras, que será bien tornar a ensillar a Rocinante,para que supla la falta del rucio, porque será ahorrartiempo a mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no sécuándo llegaré, ni cuando volveré, porque,en resolución, soy mal caminante.

-Digo, Sancho -respondiódon Quijote-, que sea como tú quisieres, que no meparece mal tu designio; y digo que de aquí a tresdías te partirás, porque quiero que en estetiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

-Pues ¿qué más tengo de ver -dijo Sancho-que lo que he visto?

-¡Bien estás en el cuento! -respondiódon Quijote-. Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcirlas armas y darme de calabazadas por estas peñas,con otras cosas deste jaez, que te han de admirar.

-Poramor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced cómose da esas calabazadas; que a tal peña podrállegar, y en tal punto, que con la primera se acabase lamáquina desta penitencia; y sería yo de parecerque, ya que a vuestra merced le parece que son aquínecesarias calabazadas y que no se puede hacer esta obrasin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosacontrahecha y de burla, se contentase, digo, con dárselasen el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón;y déjeme a mí el cargo, que yo diréa mi señora que vuestra merced se las daba en unapunta de peña, más dura que la de un diamante.

-Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho -respondiódon Quijote-; mas quiérote hacer sabidor de que todasestas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras;porque de otra manera, sería contravenir a las órdenesde caballería, que nos mandan que no digamos mentiraalguna, pena de relasos, y el hacer una cosa por otra lomesmo es que mentir. Ansí que mis calabazadas hande ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nadadel sofístico ni del fantástico. Y seránecesario que me dejes algunas hilas para curarme, pues quela ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.

-Más fue perder el asno -respondió Sancho-,pues se perdieron en él las hilas y todo. Y ruégolea vuestra merced que no se acuerde más de aquel malditobrebaje; que en sólo oírle mentar se me revuelveel alma, no que el estómago. Y más le ruego:que haga cuenta que son ya pasados los tres días queme ha dado de término para ver las locuras que hace,que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada,y diré maravillas a mi señora; y escriba lacarta y despácheme luego, porque tengo gran deseode volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio dondele dejo.

-¿Purgatorio le llamas, Sancho? -dijo don Quijote-.Mejor hicieras de llamarle infierno, y aún peor, sihay otra cosa que lo sea.

-Quien ha infierno -respondióSancho-, nula es retencio, según he oído decir.

-No entiendo qué quiere decir retencio -dijo donQuijote.

-Retencio es -respondió Sancho- que quienestá en el infierno nunca sale dél, ni puede.Lo cual será al revés en vuestra merced, oa mí me andarán mal los pies, si es que llevoespuelas para avivar a Rocinante; y póngame yo unapor una en el Toboso, y delante de mi señora Dulcinea;que yo le diré tales cosas de las necedades y locuras,que todo es uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo,que la venga a poner más blanda que un guante, aunquela halle más dura que un alcornoque; con cuya respuestadulce y melificada volveré por los aires como brujo,y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, que pareceinfierno y no lo es, pues hay esperanza de salir dél,la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los queestán en el infierno, ni creo que vuestra merced diráotra cosa.

-Así es la verdad -dijo el de la TristeFigura-; pero, ¿qué haremos para escribir la carta?

-¿Y la libranza pollinesca también? -añadióSancho.

-Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y seríabueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos,como hacían los antiguos, en hojas de árboles,o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso seráhallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido a lamemoria dónde será bien, y aun más quebien, escribilla; que es en el librillo de memoria que fuede Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerlatrasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar quehallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o sino, cualquiera sacristán te la trasladará;y no se la des a trasladar a ningún escribano, quehacen letra procesada, que no la entenderá Satanás.

-Pues, ¿qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.

-Nunca las cartas de Amadís se firmaron -respondiódon Quijote.

-Está bien -respondió Sancho-;pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésasi se traslada, dirán que la firma es falsa, y quedarémesin pollinos.

-La libranza irá en el mesmo librillofirmada; que en viéndola mi sobrina no pondrádificultad en cumplilla. Y en lo que toca a la carta de amores,pondrás por firma: «Vuestro hasta la muerte, el Caballerode la Triste Figura». Y hará poco al caso que vayade mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar,Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha vistoletra mía ni carta mía, porque mis amores ylos suyos han sido siempre platónicos, sin extendersea más que a un honesto mirar. Y aun esto, tan de cuandoen cuando, que osaré jurar con verdad que en doceaños que ha que la quiero más que a la lumbredestos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatroveces; y aun podrá ser que destas cuatro veces nohubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es elrecato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchueloy su madre Aldonza Nogales la han criado.

-¡Ta, ta! -dijoSancho-. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señoraDulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

-Ésa es -dijo don Quijote-, y es la que merece serseñora de todo el universo.

-Bien la conozco -dijoSancho-, y sé decir que tira tan bien una barra comoel más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador,que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho,y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballeroandante, o por andar, que la tuviere por señora!.¡Oh, hi de puta, qué rejo que tiene, y quévoz! Sé decir que se puso un día encima delcampanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andabanen un barbecho de su padre, y aunque estaban de allímás de media legua, así la oyeron como si estuvieranal pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nadamelindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos seburla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señorCaballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debevuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justotítulo puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habráque lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puestoque le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino,sólo por vella; que ha muchos días que no laveo, y debe de estar ya trocada; porque gasta mucho la fazde las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire.Y confieso a vuestra merced una verdad, señor donQuijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia;que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcineadebía de ser alguna princesa de quien vuestra mercedestaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese losricos presentes que vuestra merced le ha enviado, asíel del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchosque deben ser, según deben de ser muchas las vitoriasque vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo queyo aún no era su escudero. Pero bien considerado,¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo,digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se levayan a hincar de rodillas delante della los vencidos quevuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podríaser que al tiempo que ellos llegasen estuviese ella rastrillandolino o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla,y ella se riese y enfadase del presente.

-Ya te tengo dichoantes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, queeres muy grande hablador y que, aunque de ingenio boto, muchasveces despuntas de agudo; mas para que veas cuan necio erestú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyasun breve cuento. Has de saber que una viuda hermosa, moza,libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoróde un mozo motilón, rollizo y de buen tomo; alcanzóloa saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda,por vía de fraternal reprehensión: «Maravilladoestoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujertan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra mercedse haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiotacomo fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantospresentados y tantos teólogos, en quien vuestra mercedpudiera escoger, como entre peras, y decir: «éstequiero, aquéste no quiero». Mas ella le respondiócon mucho donaire y desenvoltura: «Vuestra merced, señormío, esta muy engañado, y piensa muy a lo antiguosi piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota quele parece; pues para lo que yo le quiero, tanta filosofíasabe, y más, que Aristóteles». Así que,Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tantovale como la más alta princesa de la tierra. Sí,que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombreque ellos a su albedrío les ponen, es verdad que lastienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, lasSilvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otrastales de que los libros, los romances, las tiendas de losbarberos, los teatros de las comedias, están llenos,fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllosque las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que lasmás se las fingen, por dar subjeto a sus versos yporque los tengan por enamorados y por hombres que tienenvalor para serlo. Y así, bástame a mípensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosay honesta; y en lo del linaje, importa poco; que no han deir a hacer la información dél para darle algúnhábito, y yo me hago cuenta que es la más altaprincesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no losabes, que dos cosas solas incitan a amar, más queotras; que son la mucha hermosura y la buena fama, y estasdos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque enser hermosa, ninguna le iguala; y en la buena fama, pocasle llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todolo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, ypíntola en mi imaginación como la deseo, asíen la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena,ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeresde las edades pretéritas, griega, bárbara olatina. Y diga cada uno lo que quisiere; que si por estofuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigadode los rigurosos.

-Digo que en todo tiene vuestra mercedrazón -respondió Sancho-, y que yo soy un asno.Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca,pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado. Perovenga la carta, y a Dios, que me mudo.

Sacó el librode memoria don Quijote y, apartándose a una parte,con mucho sosiego comenzó a escribir la carta, y enacabándola llamó a Sancho y le dijo que sela quería leer, porque la tomase de memoria, si acasose le perdiese por el camino, porque de su desdicha todose podía temer. A lo cual respondió Sancho:

-Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahíen el libro, y démele, que yo le llevaré bienguardado; porque pensar que yo la he de tomar en la memoriaes disparate; que la tengo tan mala, que muchas veces seme olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamelavuestra merced, que me holgaré mucho de oílla;que debe de ir como de molde.

-Escucha, que así dice-dijo don Quijote:

Carta de don Quijote a Dulcinea del Toboso

«Soberana y alta señora:

»El ferido de punta deausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísimaDulcinea del Toboso, te envía la salud que élno tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no esen mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguerque yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme enesta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera.Mi buen escudero Sancho te dará entera relación¡oh bella ingrata, amada enemiga mía! del modo quepor tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; ysi no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mivida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura.»

-Por vida de mi padre -dijo Sancho en oyendo la carta-,que es la más alta cosa que jamas he oído.¡Pesia a mí, y cómo que le dice vuestra mercedahí todo cuanto quiere, y qué bien que encajaen la firma El Caballero de la Triste Figura! Digo de verdadque es vuestra merced el mesmo diablo, y que no haya cosaque no sepa.

-Todo es menester -respondió don Quijote-para el oficio que trayo.

-Ea, pues -dijo Sancho-, pongavuestra merced en esotra vuelta la cédula de los trespollinos, y fírmela con mucha claridad, porque laconozcan en viéndola.

-Que me place -dijo don Quijote.

Y habiéndola escrito, se la leyó; que decíaansí:

«Mandara vuestra merced, por esta primera depollinos, señora sobrina, dar a Sancho Panza, mi escudero,tres de los cinco que dejé en casa y estána cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se losmando librar y pagar por otros tantos aquí recebidosde contado; que con ésta y con su carta de pago seránbien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena,a veinte y dos de agosto deste presente año.»

-Buenaestá -dijo Sancho-: fírmela vuestra merced.

-No es menester firmarla -dijo don Quijote-, sino solamenteponer mi rúbrica, que es lo mesmo que firma, y paratres asnos, y aun para trescientos, fuera bastante.

-Yome confío de vuestra merced -respondió Sancho-.Déjeme, iré a ensillar a Rocinante, y aparéjesevuestra merced a echarme su bendición; que luego piensopartirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer,que yo diré que le vi hacer tantas que no quiera más.

-Por lo menos, quiero, Sancho, y porque es menester ansí,quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos docenasde locuras, que las haré en menos de media hora, porquehabiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurara tu salvo en las demás que quisieres añadir;y asegúrote que no dirás tú tantas cuantasyo pienso hacer.

-Por amor de Dios, señor mío,que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me darámucha lastima y no podré dejar de llorar; y tengotal la cabeza, del llanto que anoche hice por el rucio, queno estoy para meterme en nuevos lloros; y si es que vuestramerced gusta de que yo vea algunas locuras, hágalasvestido, breves y las que le vinieren más a cuento.Cuanto más, que para mí no era menester nadadeso, y, como ya tengo dicho, fuera ahorrar el camino demi vuelta, que ha de ser con las nuevas que vuestra merceddesea y merece. Y si no, aparéjese la señoraDulcinea; que si no responde como es razón, voto hagosolene a quien puedo que le tengo de sacar la buena respuestadel estómago a coces y a bofetones. Porque ¿dóndese ha de sufrir que un caballero andante tan famoso comovuestra merced se vuelva loco, sin qué ni para qué,por una...? No me lo haga decir la señora; porquepor Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nuncase venda. ¡Bonico soy yo para eso! ¡Mal me conoce! ¡Puesa fe que si me conociese, que me ayunase!

-A fe, Sancho-dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estas túmás cuerdo que yo.

-No estoy tan loco -respondióSancho-; mas estoy más colérico. Pero dejandoesto aparte, ¿qué es lo que ha de comer vuestra merceden tanto que yo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, como Cardenio,a quitárselo a los pastores?

-No te dé penaese cuidado -respondió don Quijote-, porque, aunquetuviera, no comiera otra cosa que las yerbas y frutos queeste prado y estos árboles me dieren; que la finezade mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezasequivalentes. A Dios, pues.

-Pero ¿sabe vuestra merced quétemo? Que no tengo de acertar a volver a este lugar dondeagora le dejo, según está de escondido.

-Tomabien las señas; que yo procuraré no apartarmedestos contornos -dijo don Quijote-, y aun tendrécuidado de subirme por estos más altos riscos, porver si te descubro cuando vuelvas. Cuanto más, quelo más acertado será, para que no me yerresy te pierdas, que cortes algunas retamas de las muchas quepor aquí hay, y las vayas poniendo de trecho a trecho,hasta salir a lo raso, las cuales te servirán de mojonesy señales para que me halles cuando vuelvas, a imitacióndel hilo del laberinto de Teseo.

-Así lo haré-respondió Sancho Panza.

Y cortando algunas, pidióla bendición a su señor y, no sin muchas lágrimasde entrambos, se despidió dél. Y subiendo sobreRocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, yque mirase por él como por su propia persona, se pusoen camino del llano, esparciendo de trecho a trecho los ramosde la retama, como su amo se lo había aconsejado.Y así se fue, aunque todavía le importunabadon Quijote, que le viese siquiera hacer dos locuras. Masno hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo:

-Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien:que para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le hevisto hacer locuras, será bien que vea siquiera una,aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.

-¿No te lo decía yo? -dijo don Quijote-. Espérate,Sancho, que en un credo las haré.

Y desnudándosecon toda priesa los calzones, quedó en carnes y enpañales, y luego, sin más ni más, diodos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y lospies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otravez, volvió Sancho la rienda a Rocinante, y se diopor contento y satisfecho de que podía jurar que suamo quedaba loco. Y así, le dejaremos ir su camino,hasta la vuelta, que fue breve.

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Capítulo XXVI

Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo donQuijote en Sierra Morena

Y volviendo a contar lo que hizoel de la Triste Figura después que se vio solo, dicela historia que así como don Quijote acabóde dar las tumbas o vueltas de medio abajo desnudo y de medioarriba vestido, y que vio que Sancho se había idosin querer aguardar a ver más sandeces, se subiósobre una punta de una alta peña, y allí tornóa pensar lo que otras muchas veces había pensado,sin haberse jamás resuelto en ello; y era que cuálsería mejor y le estaría más a cuento:imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo,o a Amadís en las malencónicas; y hablandoentre sí mesmo, decía:

-«Si Roldánfue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿quémaravilla, pues, al fin, era encantado, y no le podíamatar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blancapor la planta del pie, y él traía siempre loszapatos con siete suelas de hierro? Aunque no le valierontretas contra Bernardo del Carpio, que se las entendió,y le ahogó entre los brazos en Roncesvalles. Perodejando en él lo de la valentía a una parte,vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió,por las señales que halló en la fontana y porlas nuevas que le dio el pastor de que Angélica habíadormido más de dos siestas con Medoro, un morillode cabellos enrizados y paje de Agramante; y si élentendió que esto era verdad y que su dama le habíacometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco; peroyo, ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no leimito en la ocasión dellas? Porque mi Dulcinea delToboso osaré yo jurar que no ha visto en todos losdías de su vida moro alguno, ansí como éles, en su mismo traje, y que se está hoy como la madreque la parió; y haríale agravio manifiesto,si, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquelgénero de locura de Roldán el furioso. Porotra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder eljuicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama deenamorado como el que más; porque lo que hizo, segúnsu historia, no fue más de que, por verse desdeñadode su señora Oriana, que le había mandado queno pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad,se retiró a la Peña Pobre, en compañíade un ermitaño, y allí se hartó de llorary de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le acorrió,en medio de su mayor cuita y necesidad. Y si esto es verdad,como lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo agorade desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles,que no me han hecho mal alguno, ni tengo para quéenturbiar el agua clara destos arroyos, los cuales me hande dar de beber cuando tenga gana? Viva la memoria de Amadís,y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo quepudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo:que si no acabó grandes cosas, murió por acometellas;y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcineadel Toboso, bástame, como ya he dicho, estar ausentedella. Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosasde Amadís, y enseñadme por dónde tengode comenzar a imitaros. Mas ya sé que lo másque él hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero,¿qué haré de rosario, que no le tengo?»

Enesto, le vino al pensamiento cómo le haría,y fue que rasgó una gran tira de las faldas de lacamisa, que andaban colgando, y diole once ñudos,el uno más gordo que los demás, y esto le sirvióde rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezóun millón de avemarías. Y lo que le fatigabamucho era no hallar por allí otro ermitañoque le confesase y con quien consolarse; y así, seentretenía paseándose por el pradecillo, escribiendoy grabando por las cortezas de los árboles y por lamenuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza,y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que se pudieronhallar enteros y que se pudiesen leer después quea él allí le hallaron no fueron másque estos que aquí se siguen:

Árboles, yerbas y plantas

Que en aqueste sitio estáis,

Tan altos, verdes y tantas,

Si demi mal no os holgáis,

Escuchadmis quejas santas.

Midolor no os alborote,

Aunque másterrible sea,

Pues, por pagarosescote,

Aquí lloródon Quijote

Ausencias de Dulcinea

Del Toboso.

Es aquí el lugar adonde

El amador más leal

De suseñora se esconde,

Y ha venidoa tanto mal

Sin saber cómoo por dónde.

Tráeleamor al estricote,

Que es de muymala ralea;

Y así, hastahenchir un pipote,

Aquí lloródon Quijote

Ausencias de Dulcinea

Del Toboso.

Buscando las aventuras

Por entre las duras peñas,

Maldiciendo entrañas duras,

Que entre riscos y entre breñas

Halla el triste desventuras,

Hirióleamor con su azote,

No con su blandacorrea;

Y en tocándole elcogote,

Aquí lloródon Quijote

Ausencias de Dulcinea

Del Toboso.



No causó pocarisa en los que hallaron los versos referidos el añadiduradel Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debióde imaginar don Quijote que si en nombrando a Dulcinea nodecía también del Toboso, no se podríaentender la copla; y así fue la verdad, como éldespués confesó. Otros muchos escribió;pero, como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio, nienteros, más destas tres coplas. En esto, y en suspirar,y en llamar a los faunos y silvanos de aquellos bosques,a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmidaEco, que le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenía,y en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto queSancho volvía; que si como tardó tres días,tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedaratan desfigurado que no le conociera la madre que lo parió.

Y será bien dejalle envuelto entre sus suspiros yversos, por contar lo que le avino a Sancho Panza en su mandadería;y fue que en saliendo al camino real, se puso en busca delToboso, y otro día llegó a la venta donde lehabía sucedido la desgracia de la manta; y no la hubobien visto, cuando le pareció que otra vez andabaen los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegóa hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comery llevar en deseo de gustar algo caliente; que habíagrandes días que todo era fiambre.

Esta necesidadle forzó a que llegase junto a la venta, todavíadudoso si entraría o no; y estando en esto, salieronde la venta dos personas que luego le conocieron. Y dijoel uno al otro:

-Dígame, señor Licenciado,aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el que dijo el amade nuestro aventurero que había salido con su señorpor escudero?

-Sí es -dijo el Licenciado-; y aquéles el caballo de nuestro don Quijote.

Y conociéronletan bien, como aquellos que eran el Cura y el Barbero desu mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto generalde los libros. Los cuales, así como acabaron de conocera Sancho Panza y a Rocinante, deseosos de saber de don Quijote,se fueron a él, y el Cura le llamó por su nombre,diciéndole:

-Amigo Sancho Panza, ¿adónde quedavuestro amo?

Conociólos luego Sancho Panza y determinóde encubrir el lugar y la suerte donde y como su amo quedaba;y así, les respondió que su amo quedaba ocupadoen cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia,la cual él no podía descubrir, por los ojosque en la cara tenía.

-No, no -dijo el barbero-,Sancho Panza, si vos no nos decís dónde queda,imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéismuerto y robado, pues venís encima de su caballo.En verdad, que nos habéis de dar el dueño delrocín, o sobre eso, morena.

-No hay para quéconmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato anadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo.Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña,muy a su sabor.

Y luego, de corrida y sin parar, les contóde la suerte que quedaba, las aventuras que le habíansucedido, y cómo llevaba la carta a la señoraDulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo,de quien estaba enamorado hasta los hígados. Quedaronadmirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y aunqueya sabían la locura de don Quijote y el génerodella, siempre que la oían se admiraban de nuevo.Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñasela carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso.Él dijo que iba escrita en un libro de memoria, yque era orden de su señor que la hiciese trasladaren papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo elCura que se la mostrase; que él la trasladaríade muy buena letra. Metió la mano en el seno SanchoPanza, buscando el librillo, pero no le halló, nile podía hallar si le buscara hasta agora, porquese había quedado don Quijote con él, y no sele había dado, ni a él se le acordóde pedírsele.

Cuando Sancho vio que no hallaba ellibro, fuésele parando mortal el rostro; y tornándosea tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echarde ver que no le hallaba, y, sin más ni más,se echó entrambos puños a las barbas, y searrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sincesar, se dio media docena de puñadas en el rostroy en las narices, que se las bañó todas ensangre. Visto lo cual por el Cura y el Barbero, le dijeronque qué le había sucedido, que tan mal se paraba.

-¿Qué me ha de suceder -respondió Sancho-,sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante,tres pollinos, que cada uno era como un castillo?

-¿Cómoes eso? -replicó el barbero.

-He perdido el librode memoria -respondió Sancho- donde venía cartapara Dulcinea y una cédula firmada de su señor,por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinosde cuatro o cinco que estaban en casa.

Y con esto, les contóla pérdida del rucio. Consolóle el Cura, ydíjole que en hallando a su señor élle haría revalidar la manda y que tornase a hacerla libranza en papel, como era uso y costumbre, porque lasque se hacían en libros de memoria jamás seacetaban ni cumplían.

Con esto se consolóSancho, y dijo que como aquello fuese ansí, que nole daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea,porque él la sabía casi de memoria, de la cualse podría trasladar donde y cuando quisiesen.

-Decilda,Sancho, pues -dijo el barbero-; que después la trasladaremos.

Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traera la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie,y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo,y al cabo de haberse roído la mitad de la yema deun dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya ladijese, dijo al cabo de grandísimo rato:

-Por Dios, señor Licenciado, que los diablos lleven la cosaque de la carta se me acuerda; aunque en el principio decía:«Alta y sobajada señora».

-No diría -dijoel barbero- sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora.

-Así es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo,proseguía..., si mal no me acuerdo: «el llego y faltode sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos,ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé quédecía de salud y de enfermedad que le enviaba, y poraquí iba escurriendo, hasta que acababa en «Vuestrohasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

No pocogustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza,y alabáronsela mucho, y le pidieron que dijese lacarta otras dos veces, para que ellos ansimesmo la tomasende memoria para trasladalla a su tiempo. Tornóla adecir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvióa decir otros tres mil disparates. Tras esto, contóasimesmo las cosas de su amo; pero no habló palabraacerca del manteamiento que le había sucedido en aquellaventa en la cual rehusaba entrar. Dijo también comosu señor, en trayendo que le trujese buen despachode la señora Dulcinea del Toboso, se habíade poner en camino a procurar cómo ser emperador,o, por lo menos, monarca; que así lo teníanconcertado entre los dos, y era cosa muy fácil venira serlo, según era el valor de su persona y la fuerzade su brazo; y que en siéndolo, le había decasar a él, porque ya sería viudo, que no podíaser menos, y le había de dar por mujer a una doncellade la Emperatriz, heredera de un rico y grande estado detierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que yano las quería. Decía esto Sancho con tantoreposo, limpiándose de cuando en cuando las narices,y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo,considerando cuán vehemente había sido la locurade don Quijote, pues había llevado tras síel juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse ensacarle del error en que estaba, pareciéndoles que,pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarleen él, y a ellos les sería de más gustooír sus necedades. Y así, le dijeron que rogasea Dios por la salud de su señor; que cosa contingentey muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador,como él decía, o, por lo menos, arzobispo,o otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

-Señores, si la fortuna rodease las cosas de maneraque a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador,sino de ser arzobispo, querría yo saber agora: ¿quésuelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos?

-Suélenlesdar -respondió el Cura- algún beneficio, simpleo curado, o alguna sacristanía, que les vale muchode renta rentada, amén del pie de altar, que se sueleestimar en otro tanto.

-Para eso será menester -replicóSancho- que el escudero no sea casado y que sepa ayudar amisa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichadode yo, que soy casado y no sé la primera letra delA, B, C! ¿Qué será de mí si a mi amole da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es usoy costumbre de los caballeros andantes?

-No tengáispena, Sancho amigo -dijo el barbero-; que aquí rogaremosa vuestro amo, y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremosen caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo,porque le será más fácil, a causa deque él es más valiente que estudiante.

-Asíme ha parecido a mí -respondió Sancho-; aunquesé decir que para todo tiene habilidad. Lo que yopienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro Señorque le eche a aquellas partes donde él másse sirva y adonde a mí más mercedes me haga.

-Vos lo decís como discreto -dijo el Cura-, y loharéis como buen cristiano. Más lo que ahorase ha de hacer es dar orden cómo sacar a vuestro amode aquella inútil penitencia que decís quequeda haciendo; y, para pensar el modo que hemos de tener,y para comer, que ya es hora, será bien nos entremosen esta venta.

Sancho dijo que entrasen ellos, que élesperaría allí fuera, y que despuésles diría la causa porque no entraba ni le conveníaentrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allíalgo de comer que fuese cosa caliente, y ansimismo cebadapara Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allía poco el Barbero le sacó de comer. Después,habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendríanpara conseguir lo que deseaban, vino el Cura en un pensamientomuy acomodado al gusto de don Quijote, y para lo que ellosquerían; y fue que dijo al Barbero que lo que habíapensado era que él se vestiría en hábitode doncella andante, y que él procurase ponerse lomejor que pudiese como escudero, y que así iríanadonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncellaafligida y menesterosa, y le pediría un don, el cualél no podría dejársele de otorgar, comovaleroso caballero andante. Y que el don que le pensaba pedirera que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelleun agravio que un mal caballero le tenía fecho; yque le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz,ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiesefecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sinduda, que don Quijote vendría en todo cuanto le pidiesepor este término, y que desta manera le sacaríande allí y le llevarían a su lugar, donde procuraríanver si tenía algún remedio su extrañalocura.

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Capítulo XXVII

De cómo salieron con su intención el Curay el Barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten enesta grande historia

No le pareció mal al barberola invención del cura, sino tan bien, que luego lapusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una sayay unas tocas, dejándole en prendas una sotana nuevadel Cura. El Barbero hizo una gran barba de una cola ruciao roja de buey, donde el ventero tenía colgado elpeine. Preguntóles la ventera que para quéle pedían aquellas cosas. El Cura le contóen breves razones la locura de don Quijote, y cómoconvenía aquel disfraz para sacarle de la montaña,donde a la sazón estaba. Cayeron luego el venteroy la ventera en que el loco era su huésped el delbálsamo y el amo del manteado escudero, y contaronal Cura todo lo que con él les había pasado,sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resolución,la ventera vistió al cura de modo que no habíamás que ver: púsole una saya de paño,llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho,todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopeloverde guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que sedebieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba.No consintió el Cura que le tocasen, sino púsoseen la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevabapara dormir de noche, y ciñóse por la frenteuna liga de tafetán negro, y con otra liga hizo unantifaz con que se cubrió muy bien las barbas y elrostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande,que le podía servir de quitasol, y cubriéndosesu herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y elBarbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura,entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho,era hecha de la cola de un buey barroso.

Despidiéronsede todos, y de la buena de Maritornes, que prometióde rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diesebuen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como erael que habían emprendido. Mas apenas hubo salido dela venta, cuando le vino al Cura un pensamiento: que hacíamal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecenteque un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese muchoen ello; y, diciéndoselo al Barbero, le rogóque trocasen trajes, pues era más justo que élfuese la doncella menesterosa, y que él haríael escudero, y que así se profanaba menos su dignidad;y que si no lo quería hacer, determinaba de no pasaradelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo. Enesto llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel trajeno pudo tener la risa. En efeto, el Barbero vino en todoaquello que el Cura quiso, y, trocando la invención,el Cura le fue informando el modo que había de tener,y las palabras que había de decir a don Quijote paramoverle y forzarle a que con él se viniese, y dejasela querencia del lugar que había escogido para suvana penitencia. El Barbero respondió, que sin quese le diese lición, él lo pondría bienen su punto. No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesenjunto de donde don Quijote estaba, y así, doblósus vestidos, y el Cura acomodó su barba, y siguieronsu camino, guiándolos Sancho Panza; el cual les fuecontando lo que les aconteció con el loco que hallaronen la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maletay de cuanto en ella venía; que, maguer que tonto,era un poco codicioso el mancebo.

Otro día llegaronal lugar donde Sancho había dejado puestas las señalesde las ramas para acertar el lugar donde había dejadoa su señor; y, en reconociéndole, les dijocomo aquélla era la entrada, y que bien se podíanvestir, si era que aquello hacía al caso para la libertadde su señor; porque ellos le habían dicho antesque el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo eratoda la importancia para sacar a su amo de aquella mala vidaque había escogido, y que le encargaban mucho queno dijese a su amo quien ellos eran, ni que los conocía;y que si le preguntase, como se lo había de preguntar,si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que,por no saber leer, le había respondido de palabra,diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia,que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosaque le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellospensaban decirle tenían por cosa cierta reducirlea mejor vida, y hacer con él que luego se pusieseen camino para ir a ser emperador o monarca; que en lo deser arzobispo no había de qué temer. Todo loescuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria,y les agradeció mucho la intención que teníande aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo,porque él tenía para sí que para hacermercedes a sus escuderos más podían los emperadoresque los arzobispos andantes. También les dijo quesería bien que él fuese delante a buscarley darle la respuesta de su señora; que ya seríaella bastante a sacarle de aquel lugar, sin que ellos sepusiesen en tanto trabajo. Parecióles bien lo queSancho Panza decía, y así, determinaron deaguardarle hasta que volviese con las nuevas del hallazgode su amo.

Entróse Sancho por aquellas quebradasde la sierra, dejando a los dos en una por donde corríaun pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombraagradable y fresca otras peñas y algunos árbolesque por allí estaban. El calor, y el día queallí llegaron, era de los del mes de Agosto, que poraquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, lastres de la tarde: todo lo cual hacía al sitio másagradable, y que convidase a que en él esperasen lavuelta de Sancho, como lo hicieron. Estando, pues, los dosallí, sosegados y a la sombra, llegó a susoídos una voz, que, sin acompañarla son dealgún otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba,de que no poco se admiraron, por parecerles que aquélno era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase.Porque aunque suele decirse que por las selvas y campos sehallan pastores de voces extremadas, más son encarecimientosde poetas que verdades; y más, cuando advirtieronque lo que oían cantar eran versos, no de rústicosganaderos, sino de discretos cortesanos. Y confirmóesta verdad haber sido los versos que oyeron éstos:

¿Quiénmenoscaba mis bienes?

Desdenes.

Y ¿quién aumenta mis duelos?

Loscelos.

Y ¿quién prueba mi paciencia?

Ausencia.

De ese modo, en mi dolencia

Ningún remedio se alcanza,

Pues me matan la esperanza

Desdenes, celos y ausencia.


¿Quién me causaeste dolor?

Amor.

Y ¿quién mi gloria repugna?

Fortuna.

Y ¿quién consiente en mi duelo?

Elcielo.

De ese modo, yo recelo

Morir deste mal extraño,

Pues se aúnan en mi daño

Amor, fortuna yel cielo.


¿Quiénmejorará mi suerte?

Lamuerte.

Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?

Mudanza.

Y sus males, ¿quién los cura?

Locura.

De ese modo, no es cordura

Querer curar la pasión,

Cuando los remedios son

Muerte, mudanza y locura.



Lahora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del quecantaba causó admiración y contento en losdos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando siotra alguna cosa oían; pero viendo que duraba algúntanto el silencio, determinaron de salir a buscar el músicoque con tan buena voz cantaba. Y, queriéndolo poneren efeto, hizo la mesma voz que no se moviesen, la cual llegóde nuevo a sus oídos, cantando este soneto:

Soneto

Santa amistad,que con ligeras alas,

Tu apariencia quedándose enel suelo,

Entre benditas almas, en el cielo,

Subiste alegrea las impíreas salas,

Desde allá,cuando quieres, nos señalas

La justa paz cubiertacon un velo,

Por quien a veces se trasluce el celo

De buenasobras que, a la fin, son malas.

Deja elcielo, ¡oh amistad! o no permitas

Que el engaño sevista tu librea,

Con que destruye a la intenciónsincera;

Que si tus apariencias no lequitas,

Presto ha de verse el mundo en la pelea

De la discordeconfusión primera.



El canto se acabó conun profundo suspiro, y los dos con atención volvierona esperar si más se cantaba; pero viendo que la músicase había vuelto en sollozos y en lastimeros ayes,acordaron de saber quién era el triste tan extremadoen la voz como doloroso en los gemidos; y no anduvieron muchocuando, al volver de una punta de una peña, vierona un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza leshabía pintado cuando les contó el cuento deCardenio; el cual hombre cuando los vio, sin sobresaltarse,estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho, a guisade hombre pensativo, sin alzar los ojos a mirarlos másde la vez primera, cuando de improviso llegaron. El Cura,que era hombre bien hablado, como el que ya teníanoticia de su desgracia, pues por las señas le habíaconocido, se llegó a él, y con breves aunquemuy discretas razones le rogó y persuadió queaquella tan miserable vida dejase, porque allí nola perdiese, que era la desdicha mayor de las desdichas.Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre de aquelfurioso accidente que tan a menudo le sacaba de símismo; y así, viendo a los dos en traje tan no usadode los que por aquellas soledades andaban, no dejóde admirarse algún tanto, y más cuando oyóque le habían hablado en su negocio, como en cosasabida (porque las razones que el Cura le dijo asílo dieron a entender); y así, respondió destamanera:

-Bien veo yo, señores, quienquiera que seáis,que el cielo, que tiene cuidado de socorrer a los buenos,y aun a los malos muchas veces, sin yo merecerlo me envía,en estos tan remotos y apartados lugares del trato comúnde las gentes, algunas personas que, poniéndome delantede los ojos con vivas y varias razones cuán sin ellaando en hacer la vida que hago, han procurado sacarme destaa mejor parte; pero, como no saben que sé yo que ensaliendo deste daño he de caer en otro mayor, quizáme deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun,lo que peor sería, por de ningún juicio. Yno sería maravilla que así fuese, porque amí se me trasluce que la fuerza de la imaginaciónde mis desgracias es tan intensa y puede tanto en mi perdición,que, sin que yo pueda ser parte a estorbarlo, vengo a quedarcomo piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento; yvengo a caer en la cuenta desta verdad cuando algunos medicen y muestran señales de las cosas que he hechoen tanto que aquel terrible accidente me señorea,y no sé más que dolerme en vano y maldecir,sin provecho, mi ventura, y dar por disculpa de mis locurasel decir la causa dellas a cuantos oírla quieren;porque viendo los cuerdos cuál es la causa, no semaravillarán de los efetos, y si no me dieren remedio,a lo menos, no me darán culpa, convirtiéndoselesel enojo de mi desenvoltura en lástima de mis desgracias.Y si es que vosotros, señores, venís con lamesma intención que otros han venido, antes que paséisadelante en vuestras discretas persuasiones, os ruego queescuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras,porque quizá, después de entendido, ahorraréisdel trabajo que tomaréis en consolar un mal que detodo consuelo es incapaz.

Los dos, que no deseaban otracosa que saber de su mesma boca la causa de su daño,le rogaron se la contase, ofreciéndole de no hacerotra cosa de la que él quisiese, en su remedio o consuelo;y con esto, el triste caballero comenzó su lastimerahistoria, casi por las mesmas palabras y pasos que la habíacontado a don Quijote y al cabrero pocos días atrás,cuando, por ocasión del maestro Elisabat y puntualidadde don Quijote en guardar el decoro a la caballería,se quedó el cuento imperfeto, como la historia lodeja contado. Pero ahora quiso la buena suerte que se detuvoel accidente de la locura y le dio lugar de contarlo hastael fin; y así, llegando al paso del billete que habíahallado don Fernando entre el libro de Amadís de Gaula,dijo Cardenio que le tenía bien en la memoria, y quedecía desta manera:

LUSCINDA A CARDENIO

«Cada díadescubro en vos valores que me obligan y fuerzan a que enmás os estime; y así, si quisiéredessacarme desta deuda sin ejecutarme en la honra, lo podréismuy bien hacer. Padre tengo, que os conoce y que me quierebien, el cual, sin forzar mi voluntad, cumplirá laque será justo que vos tengáis, si es que meestimáis como decís y como yo creo».

«Poreste billete me moví a pedir a Luscinda por esposa,como ya os he contado, y éste fue por quien quedóLuscinda en la opinión de don Fernando por una delas más discretas y avisadas mujeres de su tiempo;y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme,antes que el mío se efetuase. Díjele yo a donFernando en lo que reparaba el padre de Luscinda, que eraen que mi padre se la pidiese, lo cual yo no le osaba decir,temeroso que no vendría en ello, no porque no tuviesebien conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda,y que tenía partes bastantes para ennoblecer cualquierotro linaje de España, sino porque yo entendíadél que deseaba que no me casase tan presto, hastaver lo que el duque Ricardo hacía conmigo. En resolución,le dije que no me aventuraba a decírselo a mi padre,así por aquel inconveniente como por otros muchosque me acobardaban, sin saber cuáles eran, sino queme parecía que lo que yo desease jamás habíade tener efeto. A todo esto me respondió don Fernandoque él se encargaba de hablar a mi padre y hacer conél que hablase al de Luscinda. ¡Oh Mario ambicioso,oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalónembustero, oh Vellido traidor, oh Julián vengativo,oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero,¿qué deservicios te había hecho este triste,que con tanta llaneza te descubrió los secretos ycontentos de su corazón? ¿Qué ofensa te hice?¿Qué palabras te dije, o qué consejos te di,que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tuprovecho? Mas ¿de qué me quejo ¡desventurado de mí!,pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corrientede las estrellas, como vienen de alto a bajo, despeñándosecon furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra quelas detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda? ¿Quiénpudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto,obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo queel deseo amoroso le pidiese dondequiera que le ocupase, sehabía de enconar (como suele decirse) en tomarme amí una sola oveja, que aún no poseía?Pero quédense estas consideraciones aparte, como inútilesy sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichadahistoria. «Digo, pues, que, pareciéndole a don Fernandoque mi presencia le era inconveniente para poner en ejecuciónsu falso y mal pensamiento, determinó de enviarmea su hermano mayor, con ocasión de pedirle unos dinerospara pagar seis caballos, que de industria, y sólopara este efeto de que me ausentase (para poder mejor salircon su dañado intento), el mesmo día que seofreció a hablar a mi padre los compró, y quisoque yo viniese por el dinero. ¿Pude yo prevenir esta traición?¿Pude, por ventura, caer en imaginarla? No, por cierto; antescon grandísimo gusto me ofrecí a partir luego,contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablécon Luscinda, y le dije lo que con don Fernando quedaba concertado,y que tuviese firme esperanza de que tendrían efetonuestros buenos y justos deseos. Ella me dijo, tan seguracomo yo de la traición de don Fernando, que procurasevolver presto, porque creía que no tardaríamás la conclusión de nuestras voluntades quetardase mi padre de hablar al suyo. No sé quése fue, que en acabando de decirme esto se le llenaron losojos de lágrimas y un nudo se le atravesó enla garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchasque me pareció que procuraba decirme. Quedéadmirado deste nuevo accidente, hasta allí jamásen ella visto, porque siempre nos hablábamos, lasveces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedía,con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticaslágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores. Todoera engrandecer yo mi ventura, por habérmela dadoel cielo por señora: exageraba su belleza, admirábamede su valor y entendimiento. Volvíame ella el recambio,alabando en mí lo que, como a enamorada, le parecíadigno de alabanza. Con esto nos contábamos cien milniñerías y acaecimientos de nuestros vecinosy conocidos, y a lo que más se extendía midesenvoltura era a tomarle, casi por fuerza, una de sus bellasy blancas manos, y llegarla a mi boca, según dabalugar la estrecheza de una baja reja que nos dividía.Pero la noche que precedió al triste día demi partida ella lloró, gimió y suspiró,y se fue, y me dejó lleno de confusión y sobresalto,espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestrasde dolor y sentimiento en Luscinda; pero, por no destruirmis esperanzas, todo lo atribuí a la fuerza del amorque me tenía y al dolor que suele causar la ausenciaen los que bien se quieren. En fin, yo me partí tristey pensativo, llena el alma de imaginaciones y sospechas,sin saber lo que sospechaba ni imaginaba: claros indiciosque me mostraban el triste suceso y desventura que me estabaguardada.

Llegué al lugar donde era enviado; di lascartas al hermano de don Fernando; fui bien recebido, perono bien despachado, porque me mandó aguardar, biena mi disgusto, ocho días, y en parte donde el duquesu padre no me viese, porque su hermano le escribíaque le enviase cierto dinero sin su sabiduría; y todofue invención del falso don Fernando, pues no le faltabana su hermano dineros para despacharme luego. Orden y mandatofue éste que me puso en condición de no obedecerle,por parecerme imposible sustentar tantos días la vidaen el ausencia de Luscinda, y más habiéndoladejado con la tristeza que os he contado; pero, con todoesto, obedecí, como buen criado, aunque veíaque había de ser a costa de mi salud. Pero a los cuatrodías que allí llegué, llegó unhombre en mi busca con una carta, que me dio, que en el sobrescritoconocí ser de Luscinda, porque la letra délera suya. Abríla temeroso y con sobresalto, creyendoque cosa grande debía de ser la que la habíamovido a escribirme estando ausente, pues presente pocasveces lo hacía. Preguntéle al hombre, antesde leerla, quién se la había dado y el tiempoque había tardado en el camino; díjome queacaso pasando por una calle de la ciudad a la hora de mediodía, una señora muy hermosa le llamódesde una ventana, los ojos llenos de lágrimas, yque con mucha priesa le dijo: «-Hermano: si sois cristiano,como parecéis, por amor de Dios os ruego que encaminéisluego luego esta carta al lugar y a la persona que dice elsobrescrito, que todo es bien conocido, y en ello haréisun gran servicio a nuestro Señor; y para que no osfalte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en estepañuelo». Y diciendo esto, me arrojó por laventana un pañuelo, donde venían atados cienreales y esta sortija de oro que aquí traigo, conesa carta que os he dado. Y luego, sin aguardar respuestamía se quitó de la ventana; aunque primerovio cómo yo tomé la carta y el pañueloy, por señas, le dije que haría lo que me mandaba.Y así, viéndome tan bien pagado del trabajoque podía tomar en traérosla, y conociendopor el sobrescrito que érades vos a quien se enviaba,porque yo, señor, os conozco muy bien, y obligadoasimesmo de las lágrimas de aquella hermosa señora,determiné de no fiarme de otra persona, sino veniryo mesmo a dárosla, y en diez y seis horas que haque se me dio, he hecho el camino que sabéis que esde diez y ocho leguas.» En tanto que el agradecido y nuevocorreo esto me decía, estaba yo colgado de sus palabras,temblándome las piernas, de manera que apenas podíasostenerme. En efeto, abrí la carta y vi que conteníaestas razones:

«La palabra que don Fernando os dio de hablara vuestro padre para que hablase al mío la ha cumplidomás en su gusto que en vuestro provecho. Sabed, señor,que él me ha pedido por esposa, y mi padre, llevadode la ventaja que él piensa que don Fernando os hace,ha venido en lo que quiere, con tantas veras, que de aquía dos días se ha de hacer el desposorio; tan secretoy tan a solas, que sólo han de ser testigos los cielosy alguna gente de casa. Cuál yo quedo, imaginaldo;si os cumple venir, veldo; y si os quiero bien o no, el sucesodeste negocio os lo dará a entender. A Dios plegaque ésta llegue a vuestras manos antes que la míase vea en condición de juntarse con la de quien tanmal sabe guardar la fe que promete».

Éstas, en suma,fueron las razones que la carta contenía, y las queme hicieron poner luego en camino, sin esperar otra respuestani otros dineros; que bien claro conocí entonces queno la compra de los caballos, sino la de su gusto, habíamovido a don Fernando a enviarme a su hermano. El enojo quecontra don Fernando concebí, junto con el temor deperder la prenda que con tantos años de serviciosy deseos tenía granjeada, me pusieron alas, pues,casi como en vuelo, otro día me puse en mi lugar,al punto y hora que convenía para ir a hablar a Luscinda.Entré secreto y dejé una mula en que veníaen casa del buen hombre que me había llevado la carta,y quiso la suerte que entonces la tuviese tan buena, quehallé a Luscinda puesta a la reja, testigo de nuestrosamores. Conocióme Luscinda luego, y conocílayo; mas no como debía ella conocerme, y yo conocerla.Pero ¿quién hay en el mundo que se pueda alabar queha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condiciónmudable de una mujer? Ninguno, por cierto. Digo, pues, queasí como Luscinda me vio, me dijo: «-Cardenio, deboda estoy vestida; ya me están aguardando en la saladon Fernando el traidor y mi padre el codicioso, con otrostestigos, que antes lo serán de mi muerte que de midesposorio. No te turbes, amigo, sino procura hallarte presentea este sacrificio, el cual si no pudiese ser estorbado demis razones, una daga llevo escondida que podrá estorbarmás determinadas fuerzas, dando fin a mi vida y principioa que conozcas la voluntad que te he tenido y tengo». Yole respondí turbado y apriesa, temeroso no me faltaselugar para responderla: «-Hagan, señora, tus obrasverdaderas tus palabras; que si tú llevas daga paraacreditarte, aquí llevo yo espada para defendertecon ella, o para matarme si la suerte nos fuere contraria».No creo que pudo oír todas estas razones, porque sentíque la llamaban apriesa, porque el desposado aguardaba. Cerrósecon esto la noche de mi tristeza; púsoseme el solde mi alegría; quedé sin luz en los ojos ysin discurso en el entendimiento. No acertaba a entrar ensu casa, ni podía moverme a parte alguna; pero considerandocuánto importaba mi presencia para lo que sucederpudiese en aquel caso, me animé lo más quepude y entré en su casa; y como ya sabía muybien todas sus entradas y salidas, y más con el alborotoque de secreto en ella andaba, nadie me echó de ver;así que, sin ser visto, tuve lugar de ponerme en elhueco que hacía una ventana de la mesma sala, quecon las puntas y remates de dos tapices se cubría,por entre las cuales podía yo ver, sin ser visto,todo cuanto en la sala se hacía. ¿Quién pudieradecir ahora los sobresaltos que me dio el corazónmientras allí estuve, los pensamientos que me ocurrieron,las consideraciones que hice, que fueron tantas y tales,que ni se pueden decir, ni aun es bien que se digan? Bastaque sepáis que el desposado entró en la sala,sin otro adorno que los mesmos vestidos ordinarios que solía.Traía por padrino a un primo hermano de Luscinda,y en toda la sala no había persona de fuera, sinolos criados de casa. De allí a un poco salióde una recámara Luscinda, acompañada de sumadre y de dos doncellas suyas, tan bien aderezada y compuestacomo su calidad y hermosura merecían, y como quienera la perfeción de la gala y bizarría cortesana.No me dio lugar mi suspensión y arrobamiento paraque mirase y notase en particular lo que traía vestido:sólo pude advertir a los colores, que eran encarnadoy blanco, y en las vislumbres que las piedras y joyas deltocado y de todo el vestido hacían, a todo lo cualse aventajaba la belleza singular de sus hermosos y rubioscabellos, tales que, en competencia de las preciosas piedrasy de las luces de cuatro hachas que en la sala estaban, lasuya con más resplandor a los ojos ofrecían.¡Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso! ¿De quésirve representarme ahora la incomparable belleza de aquellaadorada enemiga mía? ¿No será mejor, cruelmemoria, que me acuerdes y representes lo que entonces hizo,para que, movido de tan manifiesto agravio, procure, ya queno la venganza, a lo menos, perder la vida? No os canséis,señores, de oír estas digresiones que hago;que no es mi pena de aquellas que puedan ni deban contarsesucintamente y de paso, pues cada circunstancia suya me parecea mí que es digna de un largo discurso.

A esto lerespondió el cura que, no sólo no se cansabanen oírle, sino que les daba mucho gusto las menudenciasque contaba, por ser tales, que merecían no pasarseen silencio, y la mesma atención que lo principaldel cuento.

-«Digo, pues -prosiguió Cardenio-, queestando todos en la sala, entró el cura de la parroquiay, tomando a los dos por la mano para hacer lo que en talacto se requiere, al decir: «¿Queréis, señoraLuscinda, al señor don Fernando, que está presente,por vuestro legítimo esposo, como lo manda la SantaMadre Iglesia?», yo saqué toda la cabeza y cuellode entre los tapices, y con atentísimos oídosy alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda respondía,esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte, o laconfirmación de mi vida. ¡Oh, quién se atrevieraa salir entonces, diciendo a voces!: «¡Ah, Luscinda, Luscinda!Mira lo que haces; considera lo que me debes; mira que eresmía y que no puedes ser de otro! Advierte que el decirtú y el acabárseme la vida ha deser todo a un punto. ¡Ah, traidor don Fernando, robador demi gloria, muerte de mi vida! ¿Qué quieres? ¿Quépretendes? Considera que no puedes cristianamente llegaral fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa, y yosoy su marido». ¡Ah, loco de mí! ¡Ahora que estoyausente y lejos del peligro, digo que había de hacerlo que no hice! ¡Ahora que dejé robar mi cara prenda,maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuvieracorazón para ello, como le tengo para quejarme! Enfin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que mueraahora corrido, arrepentido y loco.

Estaba esperando el curala respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio endarla, y cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse,o desataba la lengua para decir alguna verdad o desengañoque en mi provecho redundase, oigo que dijo con voz desmayaday flaca: «Sí quiero», y lo mesmo dijo don Fernando;y, dándole el anillo, quedaron en disoluble nudo ligados.Llegó el desposado a abrazar a su esposa, y ella,poniéndose la mano sobre el corazón, cayódesmayada en los brazos de su madre. Resta ahora decir cuálquedé yo viendo en el que había oídoburladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas deLuscinda, imposibilitado de cobrar en algún tiempoel bien que en aquel instante había perdido: quedéfalto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo,hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándomeel aire aliento para mis suspiros, y el agua humor para misojos; sólo el fuego se acrecentó de maneraque todo ardía de rabia y de celos. Alborotáronsetodos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochándolesu madre el pecho para que le diese el aire, se descubrióen él un papel cerrado, que don Fernando tomóluego y se le puso a leer a la luz de una de las hachas;y en acabando de leerle, se sentó en una silla y sepuso la mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo,sin acudir a los remedios que a su esposa se hacíanpara que del desmayo volviese.

Yo, viendo alborotada todala gente de casa, me aventuré a salir, ora fuese vistoo no, con determinación que si me viesen, de hacerun desatino, tal, que todo el mundo viniera a entender lajusta indignación de mi pecho en el castigo del falsodon Fernando, y aun en el mudable de la desmayada traidora;pero mi suerte, que para mayores males, si es posible quelos haya, me debe tener guardado, ordenó que en aquelpunto me sobrase el entendimiento que después acáme ha faltado; y así, sin querer tomar venganza demis mayores enemigos (que, por estar tan sin pensamientomío, fuera fácil tomarla), quise tomarla demi mano y ejecutar en mí la pena que ellos merecían,y aun quizá con más rigor del que con ellosse usara, si entonces les diera muerte, pues la que se reciberepentina presto acaba la pena; mas la que se dilata contormentos siempre mata, sin acabar la vida. En fin, yo salíde aquella casa y vine a la de aquel donde había dejadola mula; hice que me la ensillase, sin despedirme délsubí en ella, y salí de la ciudad, sin osar,como otro Lot, volver el rostro a miralla; y cuando me vien el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubríay su silencio convidaba a quejarme, sin respeto o miedo deser escuchado ni conocido, solté la voz y desatéla lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de don Fernando,como si con ellas satisficiera el agravio que me habíanhecho. Dile títulos de cruel, de ingrata, de falsay desagradecida; pero, sobre todos, de codiciosa, pues lariqueza de mi enemigo la había cerrado los ojos dela voluntad, para quitármela a mí y entregarlaa aquél con quien más liberal y franca la fortunase había mostrado; y en mitad de la fuga destas maldicionesy vituperios, la desculpaba, diciendo que no era mucho queuna doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbradasiempre a obedecerlos, hubiese querido condecender con sugusto, pues le daban por esposo a un caballero tan principal,tan rico y tan gentil hombre, que a no querer recebirle,se podía pensar, o que no tenía juicio, o queen otra parte tenía la voluntad, cosa que redundabatan en perjuicio de su buena opinión y fama. Luegovolvía diciendo que, puesto que ella dijera que yoera su esposo, vieran ellos que no había hecho enescogerme tan mala elección, que no la disculparan,pues antes de ofrecérseles don Fernando, no pudieranellos mesmos acertar a desear, si con razón midiesensu deseo, otro mejor que yo para esposo de su hija; y quebien pudiera ella, antes de ponerse en el trance forzosoy último de dar la mano, decir que ya yo le habíadado la mía; que yo viniera y concediera con todocuanto ella acertara a fingir en este caso. En fin, me resolvíen que poco amor, poco juicio, mucha ambición y deseosde grandezas hicieron que se olvidase de las palabras conque me había engañado, entretenido y sustentadoen mis firmes esperanzas y honestos deseos.

Con estas vocesy con esta inquietud caminé lo que quedaba de aquellanoche, y di al amanecer en una entrada destas sierras, porlas cuales caminé otros tres días, sin sendani camino alguno, hasta que vine a parar a unos prados, queno sé a qué mano destas montañas caen,y allí pregunté a unos ganaderos que haciadónde era lo más áspero destas sierras.Dijéronme que hacia esta parte. Luego me encaminéa ella, con intención de acabar aquí la vida,y en entrando por estas asperezas, del cansancio y de lahambre se cayó mi mula muerta, o, lo que yo máscreo, por desechar de sí tan inútil carga comoen mí llevaba. Yo quedé a pie, rendido de lanaturaleza, traspasado de hambre, sin tener, ni pensar buscar,quien me socorriese. De aquella manera estuve no séqué tiempo, tendido en el suelo, al cabo del cualme levanté sin hambre, y hallé junto a mía unos cabreros, que, sin duda, debieron ser los que mi necesidadremediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habíanhallado, y como estaba diciendo tantos disparates y desatinos,que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yohe sentido en mí después acá que notodas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco,que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dandovoces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendoen vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discursoni intento entonces que procurar acabar la vida voceando;y cuando en mí vuelvo, me hallo tan cansado y molido,que apenas puedo moverme.

Mi más común habitaciónes en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserablecuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montañas,movidos de caridad, me sustentan, poniéndome el manjarpor los caminos y por las peñas por donde entiendenque acaso podré pasar y hallarlo; y así, aunqueentonces me falte el juicio, la necesidad natural me da aconocer el mantenimiento, y despierta en mí el deseode apetecerlo y la voluntad de tomarlo. Otras veces me dicenellos, cuando me encuentran con juicio, que yo salgo a loscaminos, y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den degrado, a los pastores que vienen con ello del lugar a lasmajadas. Desta manera paso mi miserable y extrema vida, hastaque el cielo sea servido de conducirle a su últimofin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde dela hermosura y de la traición de Luscinda y del agraviode don Fernando; que si esto él hace sin quitarmela vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos;donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordiade mi alma; que yo no siento en mí valor ni fuerzaspara sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gustohe querido ponerle.

Ésta es, ¡oh señores!,la amarga historia de mi desgracia: decidme si es tal, quepueda celebrarse con menos sentimientos que los que en míhabéis visto, y no os canséis en persuadirmeni aconsejarme lo que la razón os dijere que puedeser bueno para mi remedio, porque ha de aprovechar conmigolo que aprovecha la medicina recetada de famoso médicoal enfermo que recebir no la quiere. Yo no quiero salud sinLuscinda; y pues ella gustó de ser ajena, siendo,o debiendo ser, mía, guste yo de ser de la desventura,pudiendo haber sido de la buena dicha. Ella quiso, con sumudanza, hacer estable mi perdición; yo querré,con procurar perderme, hacer contenta su voluntad, y seráejemplo a los por venir de que a mí solo faltólo que a todos los desdichados sobra, a los cuales sueleser consuelo la imposibilidad de tenerle, y en míes causa de mayores sentimientos y males, porque aun piensoque no se han de acabar con la muerte.

Aquí dio finCardenio a su larga plática y tan desdichada comoamorosa historia; y al tiempo que el Cura se preveníapara decirle algunas razones de consuelo, le suspendióuna voz que llegó a sus oídos, que en lastimadosacentos oyeron que decía lo que se dirá enla cuarta parte desta narración; que en este puntodio fin a la tercera el sabio y atentado historiador CideHamete Benengeli.

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (2024)
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