CVC. «Don Quijote de la Mancha». Primera parte. Capítulo XXVIII (1 de 5). (2024)

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Felicísimos y venturosos fueron los tiempos donde se echó al mundo el audacísimo caballero don Quijote de la Mancha1, pues por haber tenido tan honrosa determinación como fue el querer resucitar y volver al mundo la ya perdida y casi muerta orden de la andante caballería gozamos ahora en esta nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, no solo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que en parte no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia2; la cual prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado hilo3, cuenta que así como el cura comenzó a prevenirse para consolar a Cardenio, lo impidió una voz que llegó a sus oídos4, que, con tristes acentos, decía desta manera:

—¡Ay, Dios! ¡Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo! Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ¡Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano5, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males!

Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto las decían, se levantaron a buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentado al pie de un fresno a unI mozo vestido como labrador, al cualII, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría6, no se le pudieron ver por entonces, y ellos llegaron con tanto silencio, que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña que allí había, y asíIII lo hicieron todos, mirando con atención lo que el mozo hacía, el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas7, muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca. Traía ansimesmo unos calzones y polainas de paño pardo8, y en la cabeza una montera parda9. Tenía las polainas levantadasIV hasta la mitad de la pierna, que sin duda alguna de blanco alabastro parecía. Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar10, que sacó debajo de la montera, se los limpió; y al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable, tal, que Cardenio dijo al cura, con voz baja:

—Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.

El mozo se quitó la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos que pudieranV los del sol tenerles envidia11. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer12, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio si no hubieran mirado y conocido a Luscinda: que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podía contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos no solo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos, que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran. En esto les sirvióVI de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve13; todo lo cual en más admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban.

Por esto determinaron de mostrarse; y al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza alzó la cabeza y, apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían, y apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie y, sin aguardar a calzarse ni a recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a sí tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos, cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo. Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo:

—Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis solo tienen intención de serviros: no hay para qué os pongáis en tan impertinente huida14, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir, ni nosotros consentir.

A todo esto ella no respondía palabra, atónita y confusa. Llegaron, pues, a ella, y, asiéndola por la mano, el cura prosiguió diciendo:

—Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: señales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno15, y traídola a tanta soledad como es esta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto ni llegar tan al estremo de serlo (mientras no acaba la vida), que rehúya de no escuchar siquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece. Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisierdes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado y contadnos vuestra buena o mala suerte, que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias16.

Notas:

  • (1) El uso del superlativo (audacísimo) en el epíteto antepuesto es rasgo típico del lenguaje de los libros de caballerías. º volver
  • (2) C. justifica la intercalación de relatos porque, aunque se apartan de la trama principal, se integran en la historia total articulándose en un solo hilo narrativo, como se dice en la frase siguiente. º volver
  • (3) La alegoría sigue los pasos de la elaboración del hilo de lino: primero se rastrilla la planta (I, 25, 284); luego, para hilarlo, se tuerce entre la ruecaObjetos de la vida diaria y el husoObjetos de la vida diaria y, por último, se hace madeja en el aspa de la devanadera. º volver
  • (4) Pueden advertirse varias semejanzas entre este inicio y el del relato de Cardenio, así como algunos puntos coincidentes entre aquella historia y la de Dorotea. º volver
  • (5) ‘absolutamente nadie’. º volver
  • (6) El pie, y más si desnudo, tenía en la España de la época unas fuertes connotaciones eróticas. º volver
  • (7) ‘ruana o poncho’, vestidura formada por dos paños unidos en los hombros. º volver
  • (8) polainas: ‘especie de mediasCaballero, sin pie, que cubrían también la parte superior del pie’. º volver
  • (9) ‘especie de gorraCaballero alta de paño, con una visera pequeña’; en ocasiones llevaba en el forro unos bolsillos. º volver
  • (10) ‘pañuelo para la cabeza’; se anudaba y sobre ella se colocaba el sombrero, el tocado. Aún la usan así los campesinos. º volver
  • (11) descoger y desparcir: ‘soltar y esparcir’. º volver
  • (12) La mujer vestida de hombre es figura generalizada en el teatro y en la novela de la época. º volver
  • (13) A los tópicos petrarquescos de la blancura y los rubios cabellos, se une el popular de la extrema longitud de estos y la contemplación del acto de peinarse. º volver
  • (14) ‘huida tan fuera de ocasión’. volver
  • (15) de poco momento: ‘de poca importancia’. volver
  • (16) ‘comparta vuestras desgracias y os ayude a soportarlas’. volver

Notas críticas:

  • (I) 318.6a un edd. un BR volver
  • (II) 318.7al cual edd. el cual C volver
  • (III) 318.18y así A+ así B+ volver
  • (IV) 318.22levantadas edd. om. C volver
  • (V) 318.31pudieran edd. pudieren C volver
  • (VI) 319.8sirvió edd. sirvieron BR volver

Notas complementarias:

  • (1) 317.1—García González [1990]. volver
  • (2) 317.2—PE. Para la justificación de los relatos intercalados, C. sigue, enriqueciéndolo, el consejo del Pinciano, Philosophía antigua poética, II, pp. 14-21, pero integra los cuentos en la fábula siguiendo y experimentando procedimientos distintos. A. Castro [1925/87:117-123], Ford [1928], Casella [1938:13-19], Ayala [1947], Marías [1955], Riley [1955-1956; 1962/66:187-208 y passim; 1986/90:100-109]b, Wardropper [1957], Immerwahr [1958], Canavaggio [1958:95-104], Neuschäfer [1963:60-69, 98-99; 1989:30, 121, 151], Gaos [1971:I, 181-192], Dudley [1972a], Segre [1974/76], Márquez Villanueva [1975:16-17], Percas de Ponseti [1975:I, 182-188]b, Ascunce Arrieta [1981], Williamson [1984/91:232-234], Eisenberg [1987a:195], Martín Morán [1990a:62-65 y passim], Socrate [1991], Jehenson [1992], Orozco Díaz [1992:85-87], Cots Vicente [1992:134-135], Montero Reguera [1993a:214-216; 1997], Sicroff [1993:480-481], Campana [1997]. Cf. II, 3, 652; 44, 979-980, y Lecturas, I, 35, 39 y 43. Molho [1993:58] interpreta este párrafo como un prólogo interno que justifica la plurinarratividad; Caplan [1993] ve en la técnica una superación práctica de la polémica sobre la digressio y la amplificatio que se había desatado en el Renacimiento; Martín Morán [1993:406-408]b sospecha un procedimiento de dilación del final de la obra. ¶ Para el uso de la técnica en la obra literaria, C. Guillén [1992] y, especialmente, Yllera [1992]b. volver
  • (3) 317.3—Caplan [1993:373] relaciona la alegoría con Orlando furioso, II, 30: «Ma perché varie fila a varie tele / uopo mi son, che tutte ordire intendo, / lascio Rinaldo e l’agitata prua / e torno a dir di Bradamante sua». Petrarca, Canzoniere, soneto XL: «A la tela novella ch’ora ordisco». Cf. Terracini [1979:285-322]. volver
  • (4) 317.4—CL. volver
  • (5) 317.5—RM, VG. volver
  • (6) 318.6—Sobre el motivo del pie desnudo, Kossoff [1971]b. ¶ Casalduero [1949/75:141] ve en la escena un recuerdo del tema de Susana y los viejos, junto al de la Magdalena penitente. La sugestión ha sido retomada por Moner [1989a:122] y Redondo [1990a:267]. Este último subraya el parentesco con Garcilaso, égloga III, vv. 69-70: «Peinando sus cabellos d’oro fino, / una ninfa del agua do moraba», y 93-100: «El agua clara con lascivo juego / nadando dividieron y cortaron / hasta que’l blanco pie tocó mojado». Márquez Villanueva [1975:54] subraya la semejanza con un pasaje del Noveno libro del Amadís, estudiado por López Estrada [1973:159; 1974:328-329]. volver
  • (7) 318.7capotillo: prenda antiquísima formada por dos paños (las haldas o faldas) unidos en los hombros, con una abertura para sacar la cabeza. En el siglo XVII presentaba dos variantes según tuviera unas mangas colgantes o careciera de ellas. Más o menos corto, nunca pasaba de las rodillas. Cf. Bernis [en prensa]. volver
  • (8) 318.8polainas: propias de villanos, cubrían las piernas y caían sobre el empeine. Se hacían de cuero o de tejidos como el paño, el sayal y la estameña. Las de cuero se abrochaban a los lados o detrás. Polaina fue también el nombre de un aderezo de camisa, de lienzo fino. Cf. Bernis [en prensa]. volver
  • (9) 318.9monteraEl Caballero del Verde Gabán: tocado que se diferenciaba de gorras y sombreros por su copa blanda y flexible. Presentaban algunas variantes: los villanos usaron monteras de copa redonda con una vuelta alrededor; otras monteras, de copa más alta, tenían una vuelta que se ensanchaba delante a modo de visera. Cf. Bernis [en prensa]. volver
  • (10) 318.10—Redondo [1990a:265] subraya la ambigüedad significativa del verbo tocar. volver
  • (11) 318.11—Para el valor erótico de la acción de soltarse el cabello y peinárselo, Devoto [1950:121-126]. volver
  • (12) 319.12—Para el motivo de la mujer vestida de hombre, el ejemplo más antiguo acaso sea el romance de la doncella guerrera: Bravo Villasante [1955] y Castro Pires de Lima [1958]. Cf. también McKendrick [1974], junto con Ruano de la Haza y Allen [1994:318-321]. El motivo cada vez es más frecuente en los libros de caballerías a medida que avanza el género: Marín Pina [1989a:81-94]. ¶ Para el caso de Dorotea disfrazada y la ambigüedad de su belleza, Combet [1980]. volver
  • (13) 319.13—Para los tópicos petrarquescos de la belleza femenina, CZ. Cf., sin más, el romance de la Infantina o el «Yo me levantara, madre», a los que puede unirse el soneto «Agora con la aurora...» de fray Luis de León. Refiriéndose al primero, Lida de Malkiel [1956:407] escribe: «La Infantina ocupada en el acto mágico de peinarse». volver

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