CVC. «Don Quijote de la Mancha». Primera parte. Lectura del capítulo XXII. (2024)

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Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra1, el cual, prosiguiendo su plática, dijo:

—Por cierto, señor, quienquiera que seáis, que yo no os conozco, yo os agradezco las muestras y la cortesía que conmigo habéis usado y quisiera yo hallarme en términos que con más que la voluntad pudiera servir la que habéis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habéis hecho2; mas no quiere mi suerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obras que me hacen que buenos deseos de satisfacerlas.

—Los que yo tengo —respondió don Quijote— son de serviros, tanto, que tenía determinado de no salir destas sierras hasta hallaros y saber de vos si el dolorII que en la estrañeza de vuestra vida mostráis tener se podía hallar algún género de remedio, y si fuera menester buscarle, buscarle conIII la diligencia posible. Y cuando vuestra desventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y plañirlaIV como mejor pudiera, que todavía es consuelo en las desgracias3 hallar quien se duela dellas. Y si es que mi buen intento merece ser agradecido con algún género de cortesía, yo os suplico, señor, por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida más habéis amado o amáis, que me digáis quién sois y la causa que os ha traído a vivir y a morir entre estas soledades como bruto animal, pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro traje y persona. Y juro —añadió don Quijote— por la orden de caballería que recebí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero andante, que si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy4, ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido.

El Caballero del Bosque, que de tal manera oyó hablar al de la Triste Figura, no hacía sino mirarle y remirarle y tornarle a mirar de arriba abajo; y después que le hubo bien mirado, le dijo:

—Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo den, que después de haber comido yo haré todo lo que se me manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquí se me han mostrado.

Luego sacaron Sancho de su costal y el cabreroV de su zurrón con que satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa, que no daba espacio de un bocado al otroVI, pues antes los engullía que tragaba; y en tanto que comía ni él ni los que le miraban hablaban palabra. Como acabó de comer5 les hizo de señas que le siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó a un verde pradecillo que a la vuelta de una peña poco desviada de allí estaba. En llegando a él, se tendió en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo, y todo esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo:

—Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de prometer de que con ninguna pregunta ni otra cosa no interromperéis el hilo de mi triste historia; porque en el punto que lo hagáis, en ese se quedará lo que fuere contando.

Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le había contado su escudero, cuando no acertó el número de las cabras que habían pasado el río, y se quedó la historia pendiente6. Pero, volviendo al Roto, prosiguió diciendo:

—Esta prevención que hago es porque querría pasar brevemente por el cuento de mis desgracias, que el traerlas a la memoria no me sirve de otra cosa que añadir otras de nuevo, y mientras menos me preguntáredes, más presto acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré por contar cosa alguna que sea de importancia para no satisfacer del todo a vuestro deseo.

Don Quijote se lo prometió en nombre de los demás, y él, con este seguro, comenzó desta manera:

—Mi nombre es Cardenio7; mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía8; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta, que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza, que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí, con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos y no les pesaba dello, porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que alVII padre de Luscinda9 le pareció que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas10. Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo, porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado, queVIII muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida11. ¡Ay, cielos, y cuántos billetes le escribí!IX, 12 ¡Cuán regaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas canciones compuse y cuántos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad! En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumía con el deseo de verla, determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que más convenía para salir con mi deseado y merecido premio, y fue el pedírselaX a su padre por legítima esposa, como lo hice; a lo que él me respondió que me agradecía la voluntad que mostraba de honralle y de querer honrarme con prendas suyas, pero que, siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda, porque, si no fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujerXI para tomarse ni darse a hurto. Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome que llevaba razón en lo que decía, y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese13; y con este intento luego en aquel mismo instante fui a decirle a mi padre lo que deseaba. Y al tiempo que entré en un aposento donde estaba, le hallé con una carta abierta en la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me la dio y me dijo: «Por esa carta verás, Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo tiene de hacerte merced». Este duque Ricardo, como ya vosotros, señores, debéisXII de saber, es un grande de España14 que tiene su estado en lo mejor desta Andalucía. Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida15, que a mí mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me enviase luego donde él estaba, que quería que fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y que él tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la estimación en que me tenía16. Leí la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre me decía: «De aquí a dos días te partirás, Cardenio, a hacer la voluntad del duque, y da gracias a Dios, que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sé que mereces». Añadió a estas otras razones de padre consejero. Llegóse el término de mi partida, hablé una noche a Luscinda, díjele todo lo que pasaba, y lo mesmo hiceXIII a su padre, suplicándole se entretuviese algunos días y dilatase el darleXIV estado17 hasta que yo viese lo que el duque RicardoXV me quería18; él me lo prometió y ella me loXVI confirmó con mil juramentos y mil desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba. Fui dél tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzó la envidia a hacer su oficio19, teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced habían de ser en perjuicio suyo. Pero el que más se holgó con mi ida fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado20, el cual en poco tiempo quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos; y aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al estremo con que don Fernando me quería y trataba. Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique y la privanza que yo tenía con don Fernando dejaba de serlo por ser amistad21, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de desasosiego. Quería bien a una labradora, vasalla de su padre, y ella los tenía muy ricos22, y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta, que nadie que la conocía se determinaba en cuál destas cosas tuviese más excelencia ni más se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora23 redujeron a tal término los deseos de don Fernando24, que se determinó, para poder alcanzarloXVII y conquistar la entereza de la labradora25, darleXVIII palabra de ser su esposo26, porque de otra manera era procurar lo imposible.

Notas:

  • (1) astroso: ‘andrajoso, roto’, pero también ‘desgraciado, que tiene mala estrella’; Caballero de la Sierra es, con el de Roto de la Mala Figura y el de Caballero del Bosque, uno de los nombres que recibe Cardenio. º volver
  • (2) pudiera servir: ‘pudiera corresponder’, aunque en registro claramente cortés. º volver
  • (3) todavía: ‘siempre’. volver
  • (4) ‘el ser fiel a mi ascendencia y naturaleza’; se trata de una frase hecha en la que confluyen la tradición bíblica y la estoica (I, 33, 387, y 36, 427). º volver
  • (5) ‘En cuanto acabó de comer’. º volver
  • (6) Se alude al cuento de la pastora Torralba (I, 20, 212-215, y 214, n. 51). º volver
  • (7) En la antroponimia literaria, este nombre no corresponde a un caballero salvaje, sino a la tópica pastoril. º volver
  • (8) De la región de Andalucía que linda con Sierra Morena; seguramente se refiere a Córdoba. º volver
  • (9) que: ‘de modo que’, con valor modal. volver
  • (10) decantada: ‘cantada’; se alude a la fábula de Píramo y Tisbe, contada en Ovidio, Metamorfosis, IV, y muy recreada en la poesía del Siglo de Oro. º volver
  • (11) El concepto procede del dolce stil novo. º volver
  • (12) billetes: ‘cartas breves’, ‘notitas amorosas’. volver
  • (13) ‘convendría en ello en cuanto yo se lo dijese’. volver
  • (14) Máximo grado en la escala nobiliaria española, integrada por una minoría de privilegiados poseedores de inmensos dominios señoriales. Se ha identificado a Ricardo con el duque de Osuna. º volver
  • (15) ‘estaba escrita con tanto encarecimiento, con tanta alabanza’. volver
  • (16) ponerme en estado: ‘procurarme una situación social y económica’. volver
  • (17) ‘no tomase ninguna determinación en algún tiempo y esperase para prometerla en matrimonio’. volver
  • (18) ‘lo que Ricardo quería de mí’. º volver
  • (19) desde luego: ‘desde ese mismo instante, inmediatamente’. volver
  • (20) ‘generoso y enamoradizo’. volver
  • (21) privanza: ‘confianza con alguien inferior’; la amistad es entre iguales. volver
  • (22) Entiéndase: ‘vasallos’, en tanto le ofrecían los «regalos y servicios» propios «de los importunos amantes» (I, 33, 385), de los pretendientes. volver
  • (23) buenas partes: ‘cualidades’. volver
  • (24) redujeron a tal término: ‘llevaron a tal extremo’. volver
  • (25) se determinó: ‘decidió’; alcanzarlo: ‘conseguir su deseo’; entereza: ‘virginidad’. º volver
  • (26) El matrimonio bajo palabra era un verdadero matrimonio sacramental; fue prohibido en Trento (I, 28, 325, n. 52). º volver

Notas críticas:

  • (I) 261.1 [En la Tabla, se lee: «Capítulo veinticuatro, donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena. Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, el cual, prosiguiendo su plática, dijo: Quienquiera que seáis, etc.». La inusual extensión de ese epígrafe, la variante en el texto (la Tabla omite Por cierto, señor) y otras pequeñas discordancias de ortografía y puntuación indican que el índice se compuso tomándolo del original mismo, y no de los pliegos impresos. Cf. Flores (1979a:138). volver
  • (II) 261.15el dolor A+ al dolor B+ volver
  • (III) 261.17buscarle conedd. con BR volver
  • (IV) 261.19-20 y plañirlaA+ y a plañirla B+ volver
  • (V) 262.10cabrero edd. barbero AB volver
  • (VI) 262.12-13al otro edd. a otro A volver
  • (VII) 263.15-16que al edd. de modo que al BR volver
  • (VIII) 263.22que edd. porque BR volver
  • (IX) 263.24-25le escribí A+ la escribí B+ volver
  • (X) 263.32pedírsela edd. pedirla AB volver
  • (XI) 264.5mujer edd. om. C volver
  • (XII) 264.13debéis edd. habéis AB volver
  • (XIII) 264.25hize edd. hizo AB volver
  • (XIV) 264.26-27darle A+ darla B+ volver
  • (XV) 264.27lo que el duque Ricardo LO FL lo que Ricardo edd. [La corrección de LO, anulando el salto du même au même y restableciendo el nombre a su forma regular, es excelente. volver
  • (XVI) 264.28ella me lo A+ ella me la B+ volver
  • (XVII) 265.17alcanzarlo edd. alcanzarlos Madrid, 1850 HZ FL [Puede referir, en efecto, al término (VG), y no a los deseos (como vgr. en 266, «cumplíselos»); cf., por ejemplo, «llegó al término que pide un buen deseo» (II, 43, 975), y abajo, I, 24, 266: «en llegando a alcanzarle [el deleite] se acaba», etc. volver
  • (XVIII) 265.18darle edd. a darle CL RM [Es fácil que C. sufriera un cruce entre determinar y determinarse. volver

Notas complementarias:

  • (1) 261.1—CL ve en estas diferentes denominaciones una intención burlesca con respecto a los libros de caballerías; Moner [1989a:196-197] una llamada a espacios simbólicos. Cf. Lecturas. volver
  • (2) 261.2—CL, RM. volver
  • (3) 261.4—Spitzer [1947]. volver
  • (4) 262.5—RM. volver
  • (5) 262.6—Para la petición de Cardenio de no interrumpir su historia, Moner [1989a:175-177]. volver
  • (6) 263.7—Para el nombre de Cardenio, cf. Lecturas. ¶ Para la lectura de la historia de Cardenio, sus amores y los personajes que le acompañan en Sierra Morena en términos de novela-clave, RM II:340. Resumen y discusión en VGb, Casalduero [1974], Márquez Villanueva [1975:18]b y Gilman [1988]. Allí mismo se encontrará bibliografía sobre el carácter de los personajes y su función literaria. ¶ El personaje de Cardenio y su historia fueron recreados literariamente desde muy pronto. Sobre ellos escribe Guillén de Castro su DQ de la Mancha (1605-1606, según Bruerton 1944); Shakespeare tomará el argumento para un drama, Cardenio (1611), perdido (si no es The Second Maiden’s Tragedy) y refundido por Fletcher en 1653; Pérez de Montalbán lo renovelará en La fuerza del desengaño. Cf. Glanz [1934]. ¶ Sobre el comportamiento de Cardenio y su relación con lo arcádico y lo eglógico, Serés [1996b:39-40]. volver
  • (7) 263.8—CL. volver
  • (8) 263.10—Para la fábula de Píramo y Tisbe, cf. Lecturas. El hijo del Caballero del Verde Gabán El Caballero del Verde Gabán les escribirá un soneto (II, 18, 779); a ellos, además, serán comparados Quiteria y Basilio (II, 19, 783). volver
  • (9) 263.11—«Ch’ogne lingua deven tremando muta / e li occhi non l’ardiscon di guardare» (Dante, Vita nuova, XXVI). volver
  • (10) 264.14—grande de España: Guilarte [1962], Domínguez Ortiz [1963:I], Fernández Álvarez [1970/74], Atienza Hernández [1987]. ¶ Sobre la identificación de Ricardo con el duque de Osuna, RM. Cf. I, 21, 234, n. 87, y 27, 309, n. 51. volver
  • (11) 264.18—RM. volver
  • (12) 265.25—«Una sola joya tengo, que la estimo más que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad» (La gitanilla, f. 11v). volver
  • (13) 265.26—Azpilcueta, Manual de confesores, pp. 397-402, esp. 398-399; Concilio de Trento, Sesión XXIV, Decreto de reforma, Cap. I; Decretales sobre matrimonio de Alejandro II y Gregorio IX; Decretales, § 4, «Sponsa duorum». Cf. Bataillon [1947], Rodríguez-Arango Díaz [1955], Descouzis [1969], Márquez Villanueva [1975:30-35, 63-73]b, Vivó de Undabarrena [1993]. volver

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