Hamlet - Acto final (análisis) - William Shakespeare (2024)

Realizado por Ramón Sanchis Ferrándiz.

Hamlet - Acto final (análisis) - William Shakespeare (1)Hamlet es una obra representada como repertorio habitual de la compañía de los hombres de Lord Chambelán desde 1594. Sin embargo, algunas referencias nos indican que Shakespeare ya había esbozado un primer texto sobre Hamlet, entre 1588-1589, al parecer, no más interesante que la obra posterior que ahora disfrutamos, al que se denomina habitualmente como el Ur-Hamlet. Se cita a menudo, la burla que hacía el público sobre el grito chillón que lanzaba el Espectro «¡Hamlet! ¡Venganza!», interpretado por el propio Shakespeare como actor. Por tanto, la obra que ahora conocemos, plasmada entre 1600-1601, se considera una revisión muy mejorada de la anterior.

También se refiere a Hamlet el cronista Saxo Grammaticus, en su texto Historia danesa, escrito en latín en el siglo XII. Más tarde, se reprodujo en Francia por Belforest en 1570, pudiendo Shakespeare inspirarse en esta fuente, aunque es improbable que leyera directamente la obra de Saxo Grammaticus. Tampoco parece muy probable que W.Shakespeare se apoyara para construir su Hamlet en una obra de venganza de Thomas Kyd, titulada La Tragedia Española, sino que fuera la inversa. Marlowe, gran inspirador de Shakespeare, murió en una reyerta en 1593, por tanto, Shakespeare produjo por sí mismo tan notable obra en los primeros meses del siglo XVII, tal como se ha dicho.

Podemos resumir aquello que representa Hamlet en los siguientes aspectos:

  • Hamlet es un personaje infeliz, que se siente fracasado. No se siente satisfecho con los sucesos acaecidos, ni consigo mismo. Está marcado por el dolor, aunque no se deja abatir por él, porque lo externaliza con palabras. Tal vez por ello, Hamlet encarna la melancolía y la duda. «¿Quién es este cuyos dolores son tan violentos, cuyas fases de tristeza conjuran las estrellas errantes y las hacen detenerse como oyentes heridos de asombro? Este soy yo, Hamlet de Dinamarca».
  • Hamlet, al menos en los cuatro primeros actos de la obra, es un personaje cambiante, que no adopta nunca una postura concreta y definitiva, que no se deja encasillar. Acaso, nos dicen algunos críticos, esos sean los rasgos del primer apunte sobre Hamlet, casi diez años antes del definitivo, un personaje taciturno, exageradamente melancólico, hasta que aparezca el Hamlet más maduro del acto V, probablemente revisado con posterioridad.
  • No tiene fe en lo elevado, no es creyente. No siente pena ni remordimiento por matar a Polonio, ni por proyectar a Ofelia hacia el suicidio, ni por provocar la de Rosenkrantz y Guildenstern. Parece incapaz de sentir amor por nadie, ni siquiera por Ofelia, pues la actitud distante con ella no podría justificarse tan solo con su fingida locura.
  • Sin embargo, es un personaje que se caracteriza por tener una conciencia desarrollada, siempre alerta, siendo conocedor de que puede ser traicionado y que, de su lucidez y atención depende no solo su vida, sino la posibilidad de desenmascarar al asesino de su padre. Esta cualidad, a menudo se confunde con la vacilación o la melancolía. Pero es prudencia, cautela y paciencia, a fin de evitar la precipitación.
  • Hamlet es un personaje carismático que encarna el valor de la personalidad, aunque pasa a su vez por héroe y villano. Es un personaje dotado por Shakespeare de un mundo psicológico, humanamente contradictorio y cambiante. Un personaje que posee las virtudes antitéticas: piensa demasiado pero no puede decidirse, planteando la típica lucha entre lo racional y la acción; es bondadoso, pero a su vez provoca la muerte a su alrededor sin titubeos ni remordimientos; es paciente y exaltado a la vez; revolucionario y sumiso; incapaz de amar y por otra parte reverencia la figura del padre.
  • Hay una interiorización (o interioridad) del personaje que no se encontraba antes presente en el teatro: «la más fiera interioridad alcanzada nunca en una obra literaria», dirá Harold Bloom en su obra Shakespeare, la invención de lo humano. Y en esta visión, no pudo ayudarlo ni ser influido por ningún otro dramaturgo, porque no se encontraban al nivel de darle esa capacidad interior, ni Marlowe, ni Ben Johnson, ni Chaucer, pues carecen de esa dimensión espiritual que alcanza la obra de William Shakespeare.

Es en el Acto V, en que se resuelve el drama, en donde podemos ver compendiados los grandes valores de esta obra:

En la escena de los sepultureros que cavan la tumba de Ofelia, Hamlet se plantea qué es la vida, dando a entender que nada es sólido y estable, de ahí las cuestiones de los enterradores. Así dirá el Aldeano primero: «¿Quién es el que construye más sólido que el albañil, el calafate y el carpintero? A lo cual replicará el Aldeano segundo: «El que construye horcas, porque esa construcción sobrevive a mil inquilinos». Lo cual recibe la sentencia del Aldeano primero en estos términos: «No te estrujes más los sesos, porque tu burro lento no cambia el paso aunque le pegues; y la próxima vez que te lo pregunten, di que un enterrador. Las casas que hace, duran hasta el día del Juicio…».

Después, cuando los sepultureros encuentran el cráneo de Yorik, un bufón con el que el príncipe Hamlet reía cuando era niño, este comprende la futilidad de la vida (expresada en el célebre monólogo del “ser o no ser”) y cómo las adversidades atenazan la resolución, lo cual le impulsa, a partir de ese momento, a dejar a un lado sus vacilaciones, determinándose a actuar.

«Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna tomar las armas contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir, nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne… [La muerte] Es un final piadosamente deseable»

Así, dirá Hamlet en el texto que, «el temor a algo después de la muerte —El país sin descubrir de cuya frontera ningún viajero vuelve— aturde la voluntad y nos hace soportar los males que sentimos en vez de volar a otros que desconocemos», pues «la conciencia nos hace cobardes a todos» dado que «la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento y empresas de gran importancia y peso», lo cual nos lleva a dejar a un lado la acción.

El Hamlet del acto V, tras pasar diez años en el mar alejado de la corte, aun siendo quizá un joven, ya es un personaje maduro que está dispuesto a actuar, que tiene conciencia de sí mismo, de la propia identidad: un personaje que asume el cambio. En este acto final, Hamlet abandonará la melancolía, la ironía, la duda, la fingida locura y el ingenio (que le han perseguido durante los cuatro actos precedentes), afianzando su personalidad. Tal vez, termine aquí una etapa de duelo por la muerte de su padre y, una vez recabadas las pruebas suficientes para constatar el asesinato y afectado por la premura en desposarse de su madre, Hamlet se decide a actuar.

Asume también la muerte como necesaria para el cambio, aunque hay muertes que se pueden atribuir a Hamlet, como las de Polonio, Ofelia, Rosenkrantz y Guildenstern, y otras, debidas a las maquinaciones de su tío, el rey Claudio: Laertes muere por error, con la espada emponzoñada que iba destinada a Hamlet; la reina Gertudis muere al beber el vino envenenado. Y cuando Laertes le confiesa a Hamlet que la copa de vino era un engaño ideado por su tío Claudio, destinada a él en realidad, Hamlet mata al rey, obligándolo a tomar su propio veneno.

De este modo Hamlet lleva a cabo la petición del Espectro, vengando la muerte de su padre. Finalmente le pedirá a Horacio que guarde fiel recuerdo de lo sucedido. «Horacio, me muero: tú vives, hazme justicia a mí y a mi causa a los que no estén satisfechos». Y añadirá después: «Si alguna vez me has tenido en tu corazón, apártate un tiempo de la felicidad, y respira con dolor en este mundo duro para contar mi historia».

El joven Fortimbrás, que regresa vencedor de Polonia, llega a la corte de Elsinor. Hamlet, que ahora sería el legítimo rey, a punto de morir, aboga por que Fortimbrás sea el digno sucesor del trono danés. De este modo, Hamlet restituye también la falta de su padre, dado que el antiguo rey Hamlet usurpó el reino al viejo rey Fortimbrás, padre del joven Fortimbrás. Así se libera de esta cadena de agravios y venganzas. Si bien, el orden se recompone, pero todo sigue igual, pues vuelve el reino a manos del rey de Noruega. Se muestra aquí el ajuste de cuentas que realiza el destino (en un sentido kármico de relación de causas y efectos interrelacionados que dan a cada cual aquello que merece, y no con la visión de un castigo).

Entonces, Horacio dirá a Fortimbrás: «…Dejadme contar al mundo, aún ignorante, cómo ocurrieron estas cosas. Así oiréis hablar de actos lujuriosos, sanguinarios, desnaturalizados; juicios azarosos, matanzas casuales, muertes preparadas por la astucia y por causas forzadas, y, en este epílogo, propósitos salidos al revés, cayendo sobre las cabezas de los inventores. Todo eso os puedo contar con verdad». Horacio asume así el carácter de fedatario que ha de guardar constancia de los hechos y que en cierta forma representa al público espectador.

Ante lo cual accede Fortimbrás y da órdenes para que se prepare el funeral con todos los honores regios, diciendo: «…pues sin duda, si se le hubiera puesto a prueba, habría resultado de ánimo egregio; en su despedida, la música de los soldados y los ritos de la guerra hablen sonoramente a su favor».

Hamlet, como personaje trágico, entra en la rueda del destino y la fatalidad, sin embargo, hoy en día se admite que es un personaje que decide libremente su modo de actuar. No está impulsado por la fatalidad, nada le obligaba a regresar a Dinamarca tras ser enviado a Inglaterra; podría olvidar la traición de su tío Claudio y la afrenta de su madre. Pero Hamlet necesita la justicia y la verdad y, al dar este paso, asume libremente sus consecuencias.

¿Por qué quiere Shakespeare que su recuerdo no caiga en el olvido? Tal vez, porque a pesar de sus desatinos, de sus crímenes y errores, ha seguido un camino y Horacio cree en él, y puede hacer justicia a sus anhelos más profundos. Tal como nos ocurre a nosotros mismos, los lectores que se identifican con Hamlet, porque en tal personaje se halla expresada la pujanza y virtud de la esencia humana, así como los desvaríos, caprichos y traiciones de una personalidad mediocre y atormentada. Estamos junto a Hamlet cuando quiere limpiar de corrupción la corte de Elsinor; sentimos sus vaivenes, su falta de decisión, su difícil elección personal; fingimos también locura, apartando la vista de una realidad podrida y nauseabunda que nos desagrada o tal vez para librarnos de castigos; y finalmente, nos situamos junto a él cuando resurge del fango de lo cotidiano para hacer aquello que debe hacerse, para ser carismático adalid que pretende que el mundo retorne a sus principios e ideales. Hemos recorrido este camino de cambio junto al personaje y algunas cosas se nos han adherido al cuerpo, al alma. Porque todo personaje que trata de poner en orden sus circunstancias, a fin de que giren alrededor de un eje esencial, de su propio yo interior, termina por ayudarnos a encontrar nuestro propio hilo de Ariadna.

William Shakespeare. Tomo I: Tragedias. Editorial Gredos.

Publicado el 2 de abril de 2018

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